Que Foucault y Steiner tenían razón al alertarnos de la existencia de aquello sobre lo que no se habla, lo saben bien las feministas, defensoras ... del lenguaje inclusivo. Especialmente en política, aquello que no se nombra no existe. Por eso es tan importante llamar a las cosas por su nombre, frente a quienes recurren por sistema al silencio y al eufemismo. En su definición teórica: «Palabra o expresión que se utiliza para suavizar o hacer más aceptable una decisión o situación que pudiera causar rechazo al ser expuesta con total franqueza». En la práctica, una estratagema que nuestros dirigentes usan a menudo para ocultar sus verdaderas intenciones o atenuar el impacto de sus fracasos, sus escándalos y sus desmanes.
Si bien, al igual que la mentira, el recurso eufemístico puede tener las patas muy cortas, su efectividad parece estar garantizada para maquillar aquello que dice nombrar. «Desvío de fondos» para referirnos al robo perpetrado por algún funcionario público; «prisión permanente revisable», en lugar de «cadena perpetua» o «cese temporal de la convivencia» para no hablar de divorcios «reales». Se utilizan palabras blandas para calificar situaciones duras, como llamar «tensión de precios» a la inflación desbocada o «crecimiento negativo» a lo que es una «recesión».
Eufemismo es referirse a una dictadura tan represiva como la de Maduro en Venezuela, como «un gobierno con una desagradable tendencia al autoritarismo», como hizo Lula Da Silva. Mientras el ministro Albares no se atreve siquiera a calificarla, para no incomodar a sus mayores. Aunque siempre puede alegar después que sus palabras fueron «sacadas de contexto», como hace Óscar Puente, lo que equivaldría a decir que el ministro se ha ido de la lengua.
En el idioma inventado de nuestra clase dirigente nos referimos a «el conflicto» para hablar de guerra, genocidio y exterminio y «solidario» es todo esfuerzo que se hace con el dinero de otros. Una degradación del habla que no es nueva. Ya en 1946 George Orwell decía que «el discurso político es ante todo una defensa de lo indefendible, mediante una serie de circunloquios y vaguedades» que hoy hemos decidido llamar «relato» y que «el gran enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad».
«Cuando hay una brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean palabras largas y modismos, como un pulpo que expulsa tinta para ocultarse», escribía el autor de '1984'. Leyéndole se entiende mejor el empeño de la ministra María Jesús Montero en convencerse a sí misma y a los más jacobinos de los suyos de que lo que Salvador Illa ha pactado con ERC a cambio de sus votos ni es un Concierto ni un Cupo, intentando sortear los recelos y borrar el estigma del agravio al ofrecer ahora «café para todos», pero sin terminar de aclarar en qué va a consistir al final el invento. Como si importase más el continente que el contenido. Fiscalidad singular. Pacto solidario. Oyendo a ERC parece que lo de menos será el nombre con el que bauticemos al aún nonato, siempre que venga con un pan debajo del brazo. Luego ya quien parte y reparte...
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