En la cultura china existe una especie de maldición que consiste en desearle a alguien que le toque vivir tiempos interesantes. En realidad todos lo ... son. Pero quizá no los ha habido más inquietantes que los tiempos que corren.
Vivimos en un pliegue de la Historia en el que los peligros sobre los que alertaba la distopía orwelliana -el totalitarismo y el capitalismo despiadados, el control social, la amenaza nuclear- se han quedado pequeños a fuerza de hacerse ciertos, y en el que la Humanidad se toma de nuevo el pulso sabiéndose enferma, para encomendarse a nuevos curanderos y telepredicadores del rencor social que prometen volver a meterla en vereda, aplicando viejos remedios de efecto placebo que, en lugar de procurar su sanación, pudieran resultar letales.
El abrumador avance de la ultraderecha en las elecciones europeas tiene algo de eso. Más que un avance es un retroceso impropio de un continente que alumbró la Ilustración para combatir la ignorancia. Un efecto indeseable de la amnesia colectiva, pero también un síntoma del creciente hartazgo que ha vuelto a hacer metástasis en el cuerpo social y una lupa amplificadora del miedo a un futuro que ciertamente se vislumbra cada vez más mestizo y conflictivo, más precario y desigual, más inseguro, polarizado y difícil de gestionar.
Se trata de un fenómeno global frente al que no caben las explicaciones simples y al que no consiguen frenar los muros de contención o los cordones sanitarios, pues ese monstruo nacido del descontento ciudadano con el comportamiento de sus élites políticas, mediáticas y económicas se alimenta justamente del desprecio de aquellos a quienes promete combatir.
En la España valleinclanesca ese monstruo se llamaba hasta ahora Vox, al que se une el delirio personalista del agitador ultra Alvise Pérez, quien se presenta como «el azote de los corruptos», anunciando que Se (les) Acabó la Fiesta tras irrumpir en el Parlamento Europeo como la sexta fuerza más votada en España, con el respaldo de 800.000 ciudadanos (14.973 en Euskadi y 7.972 en Navarra), en su mayoría jóvenes, nuevos votantes o abstencionistas, que conectan con su mensaje patriotero y antisistema, difundido a través de las redes sociales.
Su comparecencia la noche electoral prometiendo meter en prisión a «una casta política parasitaria» que «mama de la teta del Estado», nos roba a través de los impuestos y ha entregado España a los intereses extranjeros («Francia, Alemania o Marruecos amenazan nuestra soberanía, quieren arrodillarnos, no somos esclavos»); denunciando la precaria situación del campo español, cuyos tomates «necesitan más papeles para salir del huerto que un inmigrante ilegal para entrar» o la falta de futuro de nuestros jóvenes («vivís peor que vuestros padres y abuelos. Tenéis estudios y trabajáis de camareros»), bien podría ser el fragmento de un episodio de 'Black Mirror'. Pero la distopía ya es real y va a más. Baste ver el número de visitantes del vídeo en Youtube. La cuestión es qué hacer ante ello. Reírse del esperpento es fácil. Lo difícil es dejarle sin argumentos
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