
Tres rocas gigantes en el templo más peculiar
Markina (Bizkaia) ·
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Markina (Bizkaia) ·
Tres rocas gigantes abrigan a un San Miguel pequeñito ante una singular encrucijada donde se abrazan dos ríos: el Urko y el Artibai. Tres desmesuradas ... rocas ocupan, entre los caseríos de Xemein y desde el siglo XVII, el centro del templo cristiano más peculiar de Bizkaia. Hay escritos que en el siglo XV decían que un templo había ya allí, envolviendo las piedras, al principio de la Edad Media.
¿Y las rocas? ¿Quién las puso ahí? Las leyendas atribuyen el trabajo a los gentiles, hay quien afirma que son meteoritos, y sin embargo los geólogos nos advierten que son solo algunas de las que salpican el derredor de Markina por las laderas de Lugarriburu, que son «como enormes gotas» de sílice disuelta elevadas desde las profundidades por aguas termales a alta temperatura. Y cuando, hace ya cuarenta millones de años, ascendieron lo suficiente terminaron por enfriarse y «coagularse» en piedra, con las formas que tienen hoy. Por eso mismo hay aún aguas termales que emergen a la superficie en la comarca, en Urberuaga, en Berriatua, en Gizaburuaga.
El santo es pequeño, el San Miguel es amable, y hasta parece decir al dragón que no lo quiere atravesar con su lanza. Lo acogen las tres rocas, encima de una cuarta que cierra por debajo el soporte de un altar. Aún hay más: bajo el suelo de losas está canalizada el agua que filtra bajo la ermita, algo más que un simple drenaje. Arretxinaga es como un templo dentro de otro templo y su San Miguel sustituye casi seguro a un culto pagano más antiguo desde que los reyes de Pamplona impulsaran esta devoción después del siglo X extendiéndolo por decenas de ermitas e iglesias.
Mucho se ha escrito y dicho de Arretxinaga, de sus piedras, de su sorprendente arquitectura hexagonal, de sus ritos. En la celebración del patrón, en septiembre, se sostiene la costumbre de pasar bajo las piedras sin tocarlas para lograr casamiento; no es fácil esta tarea y es obligado contorsionarse entre los bloques al tiempo que se rezan tres avemarías. Se arrancaban también, ya es imposible, pequeños trozos de piedra a una de las rocas para meterlas en la boca y curar así los dolores de muelas y, llevados como amuleto, para aumentar la fertilidad de las mujeres.
En Arretxinaga el templo pisa suelo de roca, pero también aguas subterráneas. Porque hay un manantial casi secreto que nadie visita al costado del río Urko al oeste del templo: frente a su fachada, una vieja fuente tapiada bajo un refugio de sillería vacía agua cristalina al arroyo. ¿No será que Arretxinaga está en esa encrucijada sobre ríos y manantiales para cristianizar el antiguo culto a las ninfas del agua? ¿Se acuerdan de la Trinidad de Kuartango, templo ubicado sobre un regato subterráneo? ¿Por qué los dantzaris ejecutan el día de San Miguel esa mágica espatadantza que concluye con el capitán alzado en difícil equilibrio en un corro de espadines? ¿Emulan al santo en su victoria sobre el mal o bailan para provocar la afluencia de los manantiales? ¿Por qué, ya al ocaso y en la penumbra, y después de haber girado en procesión en torno a la ermita, bailan los dantzaris junto al templo de Arretxinaga una maigaineko dantza (baile sobre una mesa) y saludan a un hombre encapado que sostiene un tizón? En el agua y el fuego están sin duda las fuerzas de la naturaleza.
A Arretxinaga hay que ir a ver sus piedras, a escuchar a los ríos y a echar un traguito de esa fuente, quizás mágica, que corre bajo tierra ante un templo que es siempre impresionante.
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