Huso y canteros de Etxauri
Etxauri (Navarra) ·
Hay paisajes y montañas a los que se mira de frente para encontrar sus encantos. Al Huso de Etxauri es mejor mirarle de perfil. Porque ... de frente su espectacular silueta, y en definitiva su mayor hermosura, queda camuflada con el fondo, con la blancura grisácea de la peña de los Canteros. El perfil del Huso es impresionante, se diría que amenaza incluso con caerse como cualquier torre de Pisa. Propone fantasías en su cima, encastillada por rocas almenadas, y hasta sugiere pareidolias gracias a su prominente nariz apuntando a Pamplona desde la mitad de su figura.
El Huso es sin duda la aguja rocosa más bella y singular de Navarra. A pesar de sus modestos 34 metros de altura, asentados sobre un canchal abrigado por encinares, es desde antaño un bello desafío para los escaladores que la ascienden por todas sus aristas.
Desgajado de uno de los contrafuertes de la sierra de Sarbil, vigila y es vigilado por el pueblo de Etxauri, al pie del puerto que enlazó siempre la plana de Pamplona con las riberas del río Ega en Tierra Estella. Eso sí, vigilar las tierras de Etxauri y sus afamados cerezos desde el Huso no lo puede hacer cualquiera si no es capaz de desafiar su impresionante verticalidad trepándola metro a metro.
No fueron navarros los primeros en subirse a la punta del Huso. Fueron catalanes, los pioneros Joan Caballé, Jordi Magriñà y José Sorolla, quienes escalando su cara este el 16 de agosto de 1946 pasaron a la historia del monolito. Pero acaso subieran allí los canteros, tal como hicieron en la vecina peña que lleva ese nombre: los Canteros.
La historia de aquel peñasco es preciosa. Está justo detrás del Huso, elevado como una mole separada de los contrafuertes de la sierra, tenía para sí una vieja leyenda que decía que arriba había una cruz con dos cencerros. No eran aún tiempos de escaladores, pero dos vecinos de Etxauri (José Irujo y Eustaquio Lakuntza) y uno de Ziritza (Domingo Pello), decidieron acabar con la leyenda y comprobar si algo de cierto había en ella. Corría el año 1902; provistos de una escalera de 28 peldaños y estacas de madera, aquellos jóvenes se las ingeniaron para subir por la chimenea que se abre entre el Cantero y la peña contigua de El Kiriako.
Sólo al segundo intento lograron llegar a lo más alto y pudieron comprobar que allí estaba la cruz y de ella colgaban dos esquilas. Descubrieron, además, que figuraba grabada en ella la fecha de 1728. No desaprovecharon el viaje, con sus hachas cortaron toda la leña que había allá arriba, la arrojaron al pie de la peña y, tras una larga noche en la cima, descendieron con la cruz y sus cencerros. Días más tarde la repusieron en su emplazamiento con un pequeño añadido: un herrero forjó la fecha de 1902. En 1947 se repitió la faena, el herrero Calixto Arbizu grabó el nuevo años y en 1959 se descendió de nuevo para reparar los cencerros. En 1981 se bajó de nuevo para restaurarla y, entonces sí, se añadió ese año a la colección. Entre tanto viaje, seguimos sin embargo sin saber quién y por qué pusieron aquella cruz en la peña.
El Huso y su aguja vecina La Rueca, el Torreón, el Pirulo, las peñas de el Kiriako, el Cantero, son curiosos nombres para las formaciones rocosas que sirven a los apasionados de la vertical para jugar por sus vías vertiginosas. Parajes fantásticos por los que discurren sendas escondidas. El matorral de boj, aliagas, espliegos y pequeñas encinas ocupan el lugar donde antes hubo tupidos carrascales. Entre ellos se esconden los lagartos y las culebras y no faltan los conejos, ni el arrendajo o el pito real, que son vigilados desde las alturas por los buitres leonados.
En El Kiriako ya moraron las gentes de la Edad del Hierro, en El Cantero también pintaron figuras animales y antropomorfas entre el Bronce y el Hierro. Algo deben tener estos lugares de mágico y bello para que sus rocas nos sigan fascinando.
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