Rutas por Castaños, el barrio bilbaíno del funicular, las villas señoriales y las casas obreras
Castaños nombra a una parte del Bilbao donde antaño convivieron las huertas, los palacetes, las viviendas de los trabajadores y la cervecera La Salve
No existe bilbaíno que no haya paseado alguna vez por el Campo Volantín. Pocos serán, además, los que nunca han pisado la calle Castaños para subirse al funicular de Artxanda. Casi ninguno de Bilbao y poquísimos turistas, que ascienden animados por las guías para disfrutar una de las mejores panorámicas de la ciudad. Pero, ¿qué saben del barrio? El Ayuntamiento propone visitas guiadas gratis a este enclave durante el mes de septiembre. A pie. Hora y media. En castellano y euskera. Para adultos y niños –hay una opción que incluye juegos–.
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Lo primero es ubicarse, mirar hacia el espacio comprendido entre la ría y Ciudad Jardín. Plagado de contrastes, allí conviven palacetes y casas obreras, edificaciones modernas y otras del pasado. «Los terrenos estuvieron poblados por muelles, robles y huertas. También fue lugar de recreo para los bilbaínos y hubo familias burguesas que levantaron aquí sus palacios y casas de campo. Después llegarían el tranvía y el famoso funicular», comentan los organizadores. Anexionado a Begoña hasta finales del XIX, queda de entonces el precioso palacio de Olabarri.
El nombre de la barriada podría hacer referencia a Juan José Castaños, almirante baracaldés del siglo XVII, aunque muchos lo atribuyen a la antigua existencia de un castañal. El premio a la popularidad lo ganan dos elementos. Primero, el antiguo lavadero. Diseñado por Ricardo Bastida, llegó allí en la primera década del pasado siglo y se instaló para fomentar el cuidado de la higiene y la sanidad cuando la mayoría de casas no contaban con agua corriente.
Se trata de uno de los pocos inmuebles modernistas que conserva la villa y fue convertido después en mercado y ahora en centro cívico. Historias sobre las lavanderas y otros asuntos discurrirán durante la visita, que también menciona fábricas, familias importantes como las de Epalza o Ybarra e incluso el chocolate. Y, por supuesto, sobre el nacimiento del 'funi', inaugurado el 7 de octubre de 1915, segundo elemento esencial al que nos referíamos.
Por entonces, los vagones de madera abiertos subían y bajaban a los vecinos que usaban el monte Artxanda como lugar de esparcimiento. El proyecto, que cubre un recorrido de algo más de 770 metros, ha logrado sobrevivir a los años. Pero el barrio es mucho más que eso. Su privilegiada localización junto a la ría lo convirtió en protagonista del cambio urbanístico a finales del XIX. Aquella muda de piel atrajo a gentes con posibles, por eso parte de la burguesía vizcaína se estableció en el Campo Volantín, donde construyeron sus mansiones. Lo hizo en una época en la que el ayuntamiento abandonaba su ubicación en San Antón para ocupar el solar del antiguo Convento de San Agustín.
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Algunos participantes en la visita tendrán en mente la fábrica de cerveza instalada antaño en la plaza La Salve, que debe su nombre a una antigua costumbre. En ese punto rezaban a la Virgen quienes regresaban del mar, pues desde allí se contemplaba la basílica de Begoña. Pasados los años la zona se ha convertido en uno de los paseos preferidos de la ciudad.
Otro aliciente de este barrio es su función de mirador sobre algunas de las referencias arquitectónicas de la nueva urbe: el imponente puente de La Salve ideado por el ingeniero Juan Batanero (1972), el museo Guggenheim (1997), las Torres Isozaki (2008) y la conexión con el Ensanche que ofrece la pasarela Zubizuri de Santiago Calatrava (1997).
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