El canal Beagle y las tierras del fin del mundo
Javier Sagastiberri
Sábado, 3 de agosto 2024, 00:15
Madrugo y desembarco en cuanto me es posible. Me gustaría visitar los puntos principales de esta ciudad de más de cien mil habitantes antes de embarcarme en una zodiac que nos acercará a la isla Magdalena para observar una de las mayores colonias de pingüinos magallánicos.
Visito la Plaza de Armas, en el centro de la ciudad. Es una hermosa plaza donde abundan los cipreses y donde contemplo el monumento a Magallanes. En un lado se han instalado puestos de artesanos, en los que compro guantes y bufandas de lana.
Me da tiempo de visitar el Palacio de Sara Braun. Es un hermoso edificio del siglo XIX, en el que residió esta millonaria de origen letón. Fue una mujer emprendedora y se involucró en muchas iniciativas caritativas, así se nos presenta su figura en la propaganda oficial. Aunque siempre que hablamos de empresas de conquista hemos de conocer el lado oscuro de las mismas. Leo que fue responsable con sus decisiones de la desaparición de un pueblo indígena dedicado a la caza del guanaco. El cerramiento por cercas de las tierras pobladas originalmente por estos nómadas provocó su ruina, ya que la caza desapareció y los indígenas, condenados a la indigencia, se transformaron en ladrones del ganado criado por los europeos. La reacción fue despiadada: se masacró a esta etnia sin contemplaciones, con el beneplácito de las autoridades chilenas de la época. No podemos dejar de recordar una famosa máxima atribuida a Balzac: «Detrás de cada gran fortuna hay un crimen escondido».
Regreso al muelle, donde me espera una noticia que me desagrada: la armada chilena ha prohibido excursiones como la que yo iba a realizar debido al estado agitado de la mar. Debo aplazar el momento de ver pingüinos en libertad.
No desaprovecho la tarde: visito el interesante cementerio Sara Braun, donde constato dos cosas: la dureza de la vida en la Patagonia a principios del siglo XX, ya que observo que la gente se moría en plena juventud, y el afán de muchos en encontrar como sea la forma de destacar sobre otros seres humanos, pues las familias invierten parte de su fortuna en construir lujosos panteones donde habitar, es un decir, junto a los suyos después de la muerte. También compruebo que el pueblo llano intenta compensar, mediante una especie de justicia poética, este afán de notoriedad de los poderosos: el monumento más visitado, que encuentro rodeado de flores frescas y de placas cariñosas de homenaje, no es el de ninguna familia de las ilustres de la ciudad, sino el monumento al indio desconocido.
Para terminar con la visita, subo al Cerro de la Cruz, desde donde obtengo una vista completa de la ciudad y de la bahía en la que finaliza el estrecho de Magallanes.
No debo esperar demasiado para contemplar la naturaleza salvaje de la América austral: al día siguiente desembarcamos en la ciudad argentina de Ushuaia, y recorremos en catamarán el canal Beagle. La embarcación se detiene enfrente de varios islotes en los que podemos contemplar cormoranes magallánicos y también lobos marinos. Las vistas son espectaculares: el catamarán avanza sorteando diminutos islotes, pero si levanto la vista diviso muy cerca imponentes montañas nevadas.
El canal Beagle separa la Tierra del Fuego de las islas menores que se encuentran muy cerca ya del Cabo de Hornos. Nos encontramos mucho más al sur que en Punta Arenas. Ahora sí podemos decir que estamos en las tierras del fin del mundo habitado por seres humanos. Más al sur, la Antártida, el continente helado, un desierto inhabitable. Tengo la impresión de que la aventura comienza aquí, en Ushuaia.
Tras la navegación visito brevemente la ciudad y finalizo la excursión en un pub que anuncia su propia ginebra. Encargo un gin-tonic y brindo mentalmente por Jemmy Button. Es el nombre del establecimiento y es un homenaje a otro de los héroes trágicos de la novela que he leído sobre el viaje del Beagle: Jemmy Button, un indígena de la etnia yámana, que viajó prácticamente secuestrado a Gran Bretaña y conoció e intentó adaptarse de buena fe a nuestras costumbres. Era un ser humano inteligente y honrado, que fue despreciado por el racismo de los conquistadores y que regresó a la vida nómada de sus antepasados, desengañado por la falta de escrúpulos morales de aquellos que se consideraban superiores éticamente y lo único que hicieron fue sembrar la destrucción y la muerte entre los pobladores originarios de la Tierra del Fuego.