Julia Iruretagoiena, comprometida y valiente
Reivindicación de una activista socialista, culta, que supo abrirse camino en una sociedad patriarcal y sufrió el exilio en México
Txema Oleaga Zalvidea
Senador por Bizkaia (PSE-EE)
Martes, 5 de marzo 2024, 00:03
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son ... muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles». Esta cita de Bertolt Brecht me ha acompañado siempre desde que la leí por primera vez hace mucho tiempo, cuando era adolescente. Tiene una fuerza inmensa y llega muy dentro.
Ahora bien, es tan masculina que no sé si cualquier mujer puede sentirse identificada. Esas mujeres que han luchado, que lo han hecho calladamente o que han sobrellevado su existencia poderosa en el anonimato más anónimo, valga la redundancia. Y creo que debemos hacerles un homenaje como ejemplo de una sociedad diferente y sin que el éxito de los unos se cimiente sobre el olvido de las otras.
Entre esas mujeres increíbles y admirables está Julia Iruretagoiena. Escribir sobre ella es un placer. Y es también una obligación. O, si me lo permiten, un acto de justicia y reivindicación de un pasado preterido que debemos recuperar por el bien de todos y todas. De familia republicana, su padre León fue alcalde de Irun antes incluso del advenimiento de la Segunda República. Por coincidencias de la vida, vino a este mundo en 1886, el mismo año en que se fundaba en Bilbao la primera agrupación del Partido Socialista en Euskadi. Fue una mujer preparada y culta, aunque, como tantas otras, pasó a la historia como 'la esposa de'.
Contrajo matrimonio con Tomás Meabe, fundador de las Juventudes Socialistas, con quien tuvo un hijo, León, que falleció trágicamente en 1936 en plena «Guerra de España», como diría Julián Zugazagoitia, al explotar la fábrica en la que trabajaba. Viuda desde 1915, su activismo socialista fue muy importante. Profundamente feminista, trabajó en la llamada 'Residencia de señoritas', entablando relación con mujeres tan excelsas como María de Maeztu o Victoria Kent. Con esta última compartió una profunda amistad y una larguísima trayectoria política y cultural. Fue socia del Lyceum Club Femenino y trabajó en la Delegación de la Organización Internacional del Trabajo.
En suma, fue una persona comprometida y valiente que supo abrirse camino en un mundo machista y en una sociedad patriarcal donde se suponía que el papel de la mujer quedaba relegado a ser 'el reposo del guerrero'. Resulta emocionante ver la fuerza, la energía y la capacidad humana e intelectual de Julia y de tantas otras mujeres que contribuyeron a hacer realidad la experiencia democrática de la República española y a sentar las bases de un Estado igualitario que en pleno siglo XXI algunos siguen rechazando y pretendiendo destruir.
La llegada del fascismo, con Franco y su régimen ominoso y cuartelero, acabó con una experiencia feminista y democrática espectacular, y las vidas de mujeres como Julia Iruretagoiena dan testimonio de lo que pudo ser y de lo que el fanatismo impidió durante la larga noche de los 40 años de oprobio.
Como tantas personas que defendieron la democracia y el libre pensamiento, tuvo que partir al exilio en México tras la victoria del golpe militar. Pero ese viaje triste y doloroso no arredró a esta mujer fabulosa, que se hizo cargo de atender a los exiliados que iban llegando y tuvo una atención especial para con los niños y las niñas. Compartía con tantas figuras socialistas la reivindicación del derecho a la educación, a la formación como única garantía de desarrollo y emancipación personal y de ejercicio de los derechos propios que se merece cualquier ser humano.
Admiro a esta mujer y creo que su nombre debería estar presente en el callejero de cualquiera de nuestras ciudades. En su ciudad natal, Irun, el Ayuntamiento aprobó en 2022 las becas de investigación para la igualdad que llevan su nombre. Estoy convencido de que esta iniciativa habría sido de su agrado. No en vano su vida fue un canto a la igualdad entre hombres y mujeres, una lucha por la libertad de la mujer y el combate denodado contra el patriarcado cruel que relegaba a las mujeres a un papel secundario en la sociedad. Toda su lucha caminó en paralelo con su trabajo para la editorial Espasa-Calpe, demostrando una asombrosa capacidad intelectual que la sitúa en los altares de las más admirables personalidades de nuestra historia política, ética y cultural.
Su vida es una epopeya de coraje y amor a la Humanidad, hasta que sus ojos se cerraron en 1954. Hubo quienes nunca olvidaron su vida y su legado y, por fin, muy avanzado este siglo, sus restos mortales fueron devueltos a su tierra vasca y descansan junto a su esposo, Tomás Meabe, y su hijo León, como ella quería, en el cementerio de Bilbao en Derio. Una mujer maravillosa, fabulosa, increíble y admirable que dignifica el suelo que la cobija.
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