Lo celebraremos con champán. También hoy, igual que hace 50 años. La muerte de Franco (en la cama) me pilló 'enchopanado', refugiado en las torres ... de Zabalburu, una de las pocas casas de Bilbao que tenía salida de garaje propia y que facilitaba mis movimientos en la clandestinidad. Mi agradecimiento perpetuo a quienes se jugaban mucho echándonos una mano. Se jugaban mucho porque el franquismo -Franco murió en la cama, pero al franquismo nos lo cargamos en la calle- fue una dictadura sanguinaria (últimos cinco asesinatos 'legales' en septiembre del 75, menos de dos meses antes de la muerte del dictador), sin ningún atisbo de reblandecimiento.
Yo tenía solo 27 años. Ya había sido torturado dos veces por la Guardia Civil: año 70 en Vitoria, por la pandilla del cabo 'Tic', Jesús Sainz, tras el atraco de ETA a la Naval de Sestao, y año 75 en el cuartelillo de Gernika, a manos del siniestro capitán Hidalgo, en el Aberri Eguna de aquel mismo año, y por la Policía Nacional, Ceitegui, subinspector encargado de perseguir estudiantes en Bilbao, en aquellos años finales de los 60 y primeros 70.
Y todo eso, ¿por qué? Por actuar a cara descubierta en manifestaciones y asambleas, por intentar extender la lucha por la democracia y los derechos de opinión, de reunión, de autonomía y autogobierno.
Hoy, 50 años después, cuando la dictadura está enterrada y bien enterrada, cuando la inmensa mayoría de la población pasa del franquismo, que le parece una antigualla perteneciente a un pasado remoto, resurgen voces revisionistas. Voces que se empeñan, como Abascal o Mayor Oreja, en blanquear la dictadura. Hay gente empeñada en resucitar el franquismo. Hasta el punto de que un porcentaje de la población joven -en torno a un 20% según las encuestas- ve cosas positivas en el franquismo, y están dispuestos, incluso, a hablar de una dictadura 'bondadosa'.
O hay ignorancia -seguro- o hay inconsciencia y mucha mala leche, o tontainas que no quieren ver la realidad, o gentuza que no ha aprendido de nuestro pasado inmediato. Aunque, ciertamente, no son términos incompatibles.
Chavales, ¡espabilad! Luchad por vuestros derechos, que nadie pretenda jugar con vuestro futuro, que no os tomen el pelo
El golpe de Estado del 36, la Guerra Civil y la dictadura posterior de casi 40 años no fueron una broma. Un millón de muertos, directos o indirectos, 19 años de retraso en el desarrollo económico (el PIB de 1935 se recuperó en 1954) y la falta absoluta de las libertades más elementales (no ya del derecho al voto que, por supuesto, estaba erradicado).
El nacionalcatolicismo, que proporcionó durante décadas la cúpula de la Iglesia católica -fue la cobertura del régimen-, y el machismo más grosero se instalaron en la sociedad española. Sin libertades y sin mujeres, que eran seres de segunda, sin acceso a lo mas elemental: documentación, vida laboral, vestimenta, cuentas bancarias…
España, mientras Europa Occidental caminaba, en democracia, hacia un despliegue de las libertades como nunca se había conocido y a un desarrollo económico y social brillante, se fue quedando atrás y aislada, en manos de unos cuantos militares incapaces, de una camarilla eclesiástica con los voceros del Opus Dei y con un respaldo social cada vez menor.
Menos mal que, como decía Joaquín Sabina, al final «la palmó». El franquismo, como señalaba al principio, murió en la calle, a manos de la ciudadanía. Muchos quedaron por el camino. Todavía quedan, 50 años después, muchas injusticias por reparar. Hágase. Y que no nos vengan con el reclamo de una «dictadura bondadosa». Que sepan que los regímenes democráticos, por imperfectos que sean, están siempre por encima de las dictaduras.
Se comprende que haya gente que critique la actual situación de España: corrupción, problemas con la inmigración, con la vivienda, sueldos bajos, eso de 'vais a vivir peor que vuestros padres'… pero de ahí a desestimar la democracia en favor de regímenes dictatoriales hay un abismo. Chavales, ¡espabilad! Luchad por vuestros derechos, que nadie pretenda jugar con vuestro futuro, que no os tomen el pelo. ¡Ya vale!
Si algo nos enseña el jubiloso aniversario de la muerte de Franco (¡qué cara de compungido sinvergüenza tenía Arias Navarro al dar la noticia en televisión!) es que no hemos de volver la vista atrás, que nuestros problemas tienen que resolverse con claves de futuro, el pasado está enterrado.
Bastantes problemas tenemos en nuestro mundo actual global como para buscar soluciones en los miserables parámetros en los que se movía nuestro país hace cincuenta años.
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