Incorregibles
La figura de Victoria Kent ilumina la lucha contra regresiones que chocan con el principio constitucional de la reinserción
Pedro Oliver Olmo
Profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Castilla-La Mancha
Jueves, 27 de julio 2023, 00:01
Quien mejor encarna el efecto político del frenesí reformista de abril de 1931 fue una mujer a la que nadie nombró ministra pero sí directora ... general de Prisiones, la primera mujer en el mundo que accedía a un puesto de esas características. Como digna heredera ideológica del correccionalismo penitenciario de Concepción Arenal, Victoria Kent pudo tomar decisiones que, sin embargo, seguían siendo demasiado avanzadas y audaces.
Provocó reacciones furibundas en las derechas, pero asimismo reacciones de miedo y recelo entre la izquierda biempensante. Acometió reformas estructurales, eso es cierto, pero otras medidas eran más puntuales, aunque nacían recargadas de un alto contenido simbólico, como por ejemplo, según leemos en sus memorias, «la recogida de cadenas y grilletes que existían en las celdas de castigo» y la «supresión» de establecimientos penales «cuyos locales eran inmundos».
Uno de los establecimientos penales que ordenó suprimir fue el tristemente célebre de Chinchilla, situado en el pueblo albacetense del mismo nombre, en lo que había sido un antiguo castillo, un promontorio rocoso que destaca sobremanera sobre la extensa llanura manchega. El penal de Chinchilla, inaugurado a finales del siglo XIX, ya había sido suprimido otra vez por las mismas razones que pudo comprobar in situ la flamante directora general: «no disponía de agua en su interior… Vi penados con las manos cubiertas de llagas por el intenso frío del invierno y la humedad».
Era un lugar inhóspito. Hasta el penal de Chinchilla se suponía que eran enviados los presos incorregibles, pero la documentación de archivo indica que aquella tremebunda crueldad carcelaria hubo de maltratar a reos de toda condición, comunes, 'sociales' y políticos, presos preventivos y penados que ni Concepción Arenal ni otros muchos correccionalistas progresistas y conservadores habrían clasificado de semejante manera.
Victoria Kent, recién nombrada como máxima responsable de las prisiones españolas, visitó Chinchilla con la idea clara de documentar su verdadera intención: el cierre definitivo de aquel siniestro penal. Pero, como ya había ocurrido en otras ocasiones, cada vez que se rumoreaba que se podía cerrar la prisión, Victoria Kent se quedó asombrada al encontrarse con la oposición popular. La élite caciquil del pueblo había promovido una concentración con pancartas, consignas y discursos. Se asomó al balcón del ayuntamiento y tuvo que improvisar palabras ambiguas y reflexiones sobre la civilización y el castigo que los manifestantes aceptaron sin más. Acto seguido regresó a Madrid y cerró el penal de Chinchilla.
Lo que pasó inmediatamente después es muy ilustrativo. Victoria Kent apenas logró mantenerse catorce meses en el puesto. En la campaña contra ella, revestida de populismo punitivo, participaron muchas fuerzas, entre ellas las del funcionariado, pero arreció sobre todo para enfrentarse con demagogia a la política de permisos carcelarios con la que se pretendía potenciar la reinserción de los presos. Además, y para más inri, algunas de sus decisiones más emblemáticas fueron corregidas con apresuramiento. La cuestión de Chinchilla, con toda su polvareda localista, se disipó porque la República reabrió el penal para que retomara su función como destino de presos incorregibles. Por Chinchilla, en lo alto y a la intemperie, con sus fríos y sus humedades, y con su falta de agua, pasarían algunos de los detenidos asturianos por la insurrección de octubre de 1934.
Después, a partir de julio del 36, allí mismo irían como prisioneros los que eran considerados enemigos de la República y los brigadistas internacionales castigados por sus mandos. Y, por último, Chinchilla serviría como prisión franquista, añadiendo horrores al horror de siempre. Hasta que, según cuenta la leyenda, o la fuente oral (según se mire y se escuche), los propios presos políticos y comunes, enfrentándose a un grave riesgo para sus vidas, la quemaron en 1946, la dejaron inservible y al fin suprimida para siempre.
Hubo una vez una afamada abogada correccionalista, una mujer que creía en la reforma del sistema penitenciario y en la reinserción de los delincuentes, que tuvo autoridad pero no poder para enfrentarse a una vieja mentalidad punitivista imposible de corregir y muy difícil de reformar. Su postura con el penal de Chinchilla y sus presos incorregibles nos sirve para ponerle el espejo a la verdadera incorregibilidad, la de las reacciones de ayer, por supuesto, pero también la de las regresiones de hoy, cuando se defiende con eufemismos la cadena perpetua y otras medidas retrógradas y severas que chocan directamente con el principio constitucional de la reinserción. ¿Quiénes son los incorregibles?
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