Ayer andaba aburrida y husmeé por la biblioteca a ver si encontraba algo para leer. Entonces tropecé con un viejo libro del filósofo Martin Heidegger. ... A Heidegger se le considera el filósofo más importante del siglo XX, tuvo una gran influencia. Y, por otra parte, es una figura muy controvertida por su apoyo a Adolf Hitler y haber sido miembro del Partido Nacionalsocialista Obrero alemán.
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Me puse a leer. Simplificando mucho, Heidegger dice que el ser humano ha sido «arrojado al mundo» y está en relación constante con él, a esa relación le llama «ser-en-el-mundo», pero aclaro, el mundo no tiene nada que ver con lo que para nosotros es la Tierra, sino que se trata del campo de juego existencial que permite al ser humano, «Dasein», conectar con las cosas y comprenderse a sí mismo.
A diferencia de los animales, el 'Dasein' tiene una relación con su propio ser, lo que supone libertad y responsabilidad. No hay que confundir, por tanto, Tierra y mundo, el mundo no está fuera del ser humano, forma parte de su existencia, y el ser humano actúa sobre las cosas, son instrumentos del 'Dasein'.
En la filosofía de Heidegger el lenguaje no es solo un medio de comunicación, es mucho más, a través del lenguaje el ser humano puede revelar la verdad y comprender su propia existencia. Aquí empecé a ponerme un poquito de los nervios, porque tenía bastantes dudas de que el lenguaje de mis escritos tuviera ese poder. De hecho, me empezó a parecer que mi lenguaje era un gruñido animalesco sin demasiado sentido y, por tanto, mis textos eran grafitis de los feos que solo sirven para emborronar la comprensión del ser. Entonces, mi labor como escritora tembló de miedo sobre un papel.
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Me repuse y continué.
Heidegger reflexiona sobre lo que significa vivir auténticamente y también escribir. El lenguaje tiene una función importante en ese «ser-en-el-mundo», gracias al lenguaje el ser se nos revela, Heidegger dice que es «la casa del ser», ahí habita el ser y se manifiesta al hombre.
Para Heidegger la poesía ocupa un lugar privilegiado, es el lenguaje más cercano al ser, los poetas tienen la obligación de vigilar el lenguaje, la morada del ser. El poeta por excelencia es Friedrich Hölderlin, el «poeta del poeta», la esencia de la poesía… Y aquí ya me rendí, me entró un enorme complejo, si entiendo poco a Heidegger, a Hölderlin no le entiendo lo que se dice nada.
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Después del primer estupor ante esa tarea ingente del escritor, decidí no pensar más y me puse a escribir. Cuando terminé me quedé satisfecha con el resultado. Sin embargo, al releer lo escrito me entraron las dudas, no sabía hasta qué punto mi lenguaje revelaba al ser, algo me decía que igual lo había borrado de un plumazo. Entonces volví a leer y llegué a la conclusión de que mi trabajo nada tenía que ver con el 'Dasein' y solo se parecía a los poemas de Hölderlin en los gusanitos que dibujan las letras. La verdad, me dio un bajón, pero me repuse. A ver, un filósofo nazi y un chalado, como Nietzsche, no me iban a dar a mí lecciones de nada.
La cosa quedó así, hasta que por la noche, en la cama, Heidegger y Nietzsche no se me iban de la cabeza y no había forma de coger el sueño. Y es que empecé a pensar que los dos filósofos era muy posible que tuvieran razón. Heidegger considera que el lenguaje poético tiene el don de manifestar el ser en profundidad, mientras que el lenguaje cotidiano muchas veces oculta el ser en lugar de revelarlo. Admití que el mío hacía más bien eso último.
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Heidegger dice también que el gran Hölderlin descubre la verdad del ser, la esencia de la poesía, y manifiesta la relación entre el lenguaje, el ser y el hombre moderno. Al llegar aquí me sentí una vendedora de humo, yo no proyectaba el ser ni nada que se le pareciese. Y, de pronto, vino en mi ayuda el poeta catalán del XIX, vinculado al realismo, Joaquín María Bartrina. Algo me decía que iba a ser mi salvación. Recité la moraleja de su poema 'Fabulita': «Si quieres ser feliz, como dices, no analices, muchacho, no analices». Le hice caso y respiré tranquila.
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