Cultivar la sensibilidad por la verdad
El pensamiento racional sobre la naturaleza y el sentido de la persona forma parte del itinerario hacia la felicidad
Doctor en Ciencias Políticas y en Derecho Internacional Público
Miércoles, 23 de julio 2025, 00:00
El ansiado fin de curso dejó atrás meses de crecimiento humano y académico de miles de jóvenes. En este tiempo, son muchas las inquietudes compartidas ... en las aulas. Un profesor ha de estar siempre preparado para responder preguntas, que surgen cuando menos lo esperas.
Un alumno de Bachillerato planteó en clase el siguiente dilema: ¿qué es mejor: vivir en la verdad o en la felicidad? Desde la perspectiva del adolescente, si el modo de pensar y actuar está guiado por la verdad, se corre el riesgo de aumentar las complicaciones, y es más difícil alcanzar la felicidad. Por el contrario, el autoengaño y la falta de verdad (la mentira, con mayor o menor dosis del calificativo 'piadosa') puede ser camino más fácil para evitar problemas que surgen en el camino.
La pregunta del estudiante -uno de los 33.243 alumnos de Bachillerato en el País Vasco- tiene un contexto. Para una parte de la sociedad, vivir en la verdad cotiza a la baja. La falta de claridad y el engaño son un recurso para justificar actitudes y eludir responsabilidades. Cuando el cuadro forma parte del paisaje político, suele llamar más la atención, pero la devaluación de la verdad alcanza también a la familia, el trabajo o las relaciones de amistad. Muestra una miopía ética que hace difícil descubrir el valor de la integridad.
En la historia del pensamiento se ha descrito la felicidad como un estado de bienestar emocional fruto de relaciones significativas, presidido por un sentido de propósito y significado en el actuar de la persona. Es la consecuencia de vivir de manera auténtica y en armonía con uno mismo y con los demás. Lo explicó Aristóteles hace 2.400 años: en su 'Ética a Nicómaco' describió la felicidad como el resultado de las acciones virtuosas. Más allá del disfrute de placeres momentáneos, implica un proyecto personal. Esa búsqueda comporta la práctica de las virtudes, entre las que destacan la valentía, la justicia, la moderación o la sabiduría.
Ceder en la verdad para evitar conflictos o contentarse con la satisfacción de necesidades inmediatas no alcanza la auténtica felicidad y debilita la consistencia de una vida plena, la de quien procura actuar coherentemente, sin quiebras ni engaños. Porque verdad y felicidad no tienen por qué ser antagónicas, pues una es la condición de la otra. No es posible ser feliz -en el sentido profundo de la palabra- cuando se vive de espaldas a la verdad y se engaña a los demás. La dignidad de la persona implica grandes desafíos y metas altas, no basta dejarse llevar por las situaciones de la vida.
La filosofía política contemporánea ha reflexionado también sobre la cuestión de la verdad. Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929) sostiene que la forma razonable de resolver las divergencias políticas radica en un debate público a fondo, que supere las mayorías aritméticas. Según el máximo exponente de la Escuela de Frankfurt, las diferencias deben resolverse mediante «un proceso de argumentación sensible a la verdad» ('Teoría de la acción comunicativa', 1981). Hoy no resulta fácil esta intuición, pues en la confrontación política la lógica de los intereses tiende a imponerse a la sensibilidad por la verdad. No obstante, es significativo que el profesor alemán la destaque como elemento necesario del proceso político.
La verdad necesita ser prestigiada: ha de ser un empeño crucial para todo educador. Al ejemplo personal de padres y profesores debe añadirse la reflexión y transmisión en las aulas, y en todas las materias de los programas. Lógicamente, algunas asignaturas tienen más importancia para lograr estos objetivos: la de filosofía, las de ética y religión o la historia. De oferta obligatoria para los centros, en todas las etapas educativas, se aprecia un ligero incremento de las familias que solicitan para sus hijos enseñanza de religión: un 56'06% de los alumnos matriculados.
El politólogo estadounidense John Rawls sostiene que las doctrinas religiosas pueden contribuir al fortalecimiento de la consistencia ética de la sociedad ('Liberalismo político', 1993). En este punto coincide con la afirmación del papa Ratzinger en la Universidad de Roma: «La sabiduría de las grandes tradiciones religiosas se debe valorar como una realidad que no se puede impunemente tirar a la papelera de la historia de las ideas» (La Sapienza, 2008).
El alumno que planteó la cuestión sobre la libertad y felicidad quería saber. El ser humano no se contenta con explicaciones superficiales. El pensamiento racional sobre la naturaleza y el sentido de la persona forma parte del itinerario hacia la felicidad. Exige un esfuerzo continuado, que difícilmente llegará a soluciones definitivas para cada momento y cada situación. Pero las abundantes luces que han ido surgiendo a lo largo de la historia de la Humanidad iluminan este camino, y ayudan a mantener despierta la sensibilidad por la verdad.
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