Y, ahora, ¿qué?
Ante el mal nuestro de cada día en el Mediterráneo, este no es el único mundo posible pero sí el único en el que cada día podemos impulsar algo nuevo
Es igual que te guste o no, el raca-raca de la política de partidos y elecciones lo tienes que aceptar porque eres ciudadano, tienes ... deberes cívicos. Me resisto a progresar por esa vía. Esta necesidad de callar sobre lo que otros hacen mejor, o al menos con más derecho, no nos confiere un salvoconducto para abstraernos del mal nuestro de cada día en el Mediterráneo. No tema el lector que se lo cuente de nuevo o mejor que otras veces o con claves que no conozca. Nada, nada, lo sabemos todos y lo imaginamos casi todo. Pero he aquí que una infeliz coincidencia, el fracaso del viaje de unos empresarios para observar de cerca los restos del 'Titanic', y su muerte cruel bajo las aguas, ha hecho emerger -perdón- la polémica sobre el igual sentimiento que debemos a todas las muertes desgraciadas que en el mundo son.
No tengo ningún problema en sentir hondamente cualquier desgracia humana; si proceden de la injusticia más cruel, me duelen, y si proceden de la aventura más innecesaria, también. No me parece que sea el momento de los detalles diferenciadores de cada situación moral en un 'según y cómo' que solo trae el olvido de lo mollar: que probablemente más de quinientas personas -no pocos niños entre ellas- se ahogaron junto a Grecia porque Europa no los quiere ni así ni a estos.
Más profundamente me interesa trascender ese recuento de víctimas, una vez más, y pensar en 'y, ahora, ¿qué?'; me interesa ir un paso más allá de la indignación y preguntar 'y, ahora, qué', y veo que volvemos a que este mundo no tiene remedio sin dar un giro de 180 grados, los líderes políticos no hacen lo que pueden y deben, el capitalismo trata a las personas como cosas de usar y tirar, los pensadores se rompen el pecho de tanto lamentarse, pero nada, entre todos los responsables, nada de nada, casi nada.
Pues bien, pienso esto que he dicho, lo pienso, sí y, ¿entonces qué digo, qué añado, qué propongo? Podría elevar la apuesta y reclamar salidas más salvajes que la barbarie del sistema. No sé, combatir con salvajadas a los salvajes no parece la mejor manera de avanzar. No, claro que no. Propongo un supuesto incómodo: este es el único mundo que podemos mejorar; este no es el único mundo posible, pero sí es el único mundo real en el que impulsar cada día algo nuevo. El sistema social del economicismo absoluto, «economicida» lo llama el obispo de Roma, es un drama humano para los excluidos, y es un drama moral y político para la gente que lo quiere cambiar-mejorar.
Pero es que además constituye un drama antropológico, porque nada del tenor de una moral humanista y cristiana acierta a vibrar en la mayoría, una vez que vemos resuelto más o menos nuestro proyecto de vida. Y por eso la política se hace servidumbre de la economía; la fe se hace religión formal ante la injusticia estructural; la cultura científica, una máxima que justifica lo que se necesite; y la comida y la salud, bienes al alcance muy desigual de los humanos.
Recupero la idea inicial para no venirnos abajo: este no es el único mundo posible, pero sí es el único mundo real en el momento de caminar tras la idea de responsabilidad, justicia y compasión; por mucho que nos indigne lo que sucede, este es el punto de partida de cualquier compromiso. La indignación, la compasión, la denuncia, la acción son imprescindibles, pero su punto de partida es la realidad como se nos da. Tan molesto, pero ese es. Mientras no hacemos este ejercicio de honestidad con lo real, para entender el mundo en su complejidad injusta y cruel, no estamos avanzando en las posibilidades de un humanismo político integral.
Hay un riesgo de condescendencia posibilista en esta reflexión, pero sin conocer el punto de partida de la realidad que nos condiciona no hay cambio activo en medio del griterío. Hay enfados, acusaciones, condenas, pero la vida comienza a cambiar en serio cuando algunos, los más posibles, por conciencia, por inteligencia y hasta por conveniencia, mueven la red de las condiciones de posibilidad de una vida digna para los excluidos. Para todos, se dice; no, mil veces lo repito, para todos desde los silenciados, excluidos y 'naufragados'. Desde ellos para todos. Ellos son la medida.
Y así generación tras generación. Con los años entiendes al viejo profesor que en la juventud nos contenía cuando decíamos «hay que solucionar de una vez por todas…», y él recordaba, «de una vez por todas» lo ha dicho y dirá cada generación; vamos a hacer todo lo posible y, después, hay que pasar el testigo a los siguientes; son ellos los que deberán guardar el sentido profundo de la vida digna de los últimos y excluidos como la medida de la realidad. Lo digo porque la tentación de negar 'idealmente' la realidad está ahí, y la tentación de que si algo no debería ser, dejará de ser con lamentos y palabras, también. Lo digo para mí, claro, pero como aviso a navegantes. De las palabras al movimiento civil, de la denuncia a la gestión de nuestras posibilidades contra muchos que las niegan o impiden. Esto va para largo pero no es imposible.
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