Un tal Heinrich XIII, de Alemania
No escarmentamos y nos cuesta aprender de la historia
No ganamos para sobresaltos. En la República Federal Alemana, el Estado más rico y exitoso en términos de desarrollo económico y social de Europa, el ... que reconstruyó la Alemania destruida por la enloquecida política militarista de Adolf Hitler -un dictador lleno de resentimiento y odio con un proyecto eugenésico de la nación alemana, desprovisto de todo sentimiento de humanidad y fundado sobre una visión terrorífica del poder político, responsable del Holocausto y de la maldad abisal de Auschwitz-, ahora resulta que algunos personajes tan pintorescos y ridículos como el tal príncipe Enrique XIII de Reuss y los miembros de una Asociación que se denomina Ciudadanos del Imperio Alemán tenían armado un plan para derrocar al Gobierno.
Su base eran las habituales teorías de la conspiración de la extrema derecha, un plan con la manifiesta intención de asesinar al canciller alemán; un grupo organizado de golpistas, con policías y militares implicados, que contaba con un almacén de armas y explosivos en una de las mansiones del tal príncipe, en el Estado federado de Turingia, a unas tres horas de coche de Berlín, y en otros 60 puntos del país.
Por extravagante que nos pueda parecer el caso, lo cierto es que los fiscales de la República Federal cuentan con indicios y pruebas a presentar en juicio que pueden acreditar que el golpe iba en serio y el tal príncipe había sido designado por los fanáticos Ciudadanos del Reich para convertirse en el jefe del régimen posterior al golpe de Estado.
Los neonazis abundan en el sureste de Turingia, no por casualidad es el Estado federado donde los nazis ganaron el poder a nivel local por primera vez hace más de 90 años, antes de hacerse con el poder absoluto y de fundar la dictadura personal de Hitler y el Tercer Reich. Si Adenhauer levantara la cabeza...
Peter Hagen, el editor del periódico local de Bad Lobenstein, el municipio donde el príncipe acusado de golpista tiene su mansión, ha declarado a 'The New York Times' que comenzó a tener sospechas sobre lo que se tramaba en la mansión del príncipe de Reuss el verano pasado, después de acudir a una oficina municipal que el entonces alcalde había permitido usar a los nostálgicos del Reich, en la que se anunciaba una conferencia titulada 'Un evento informativo sobre la República Federal de Alemania, S.A.', lo que evidentemente se identificaba con la consigna de los neonazis de que la República Federal Alemana no es un verdadero Estado nacional, sino una especie de empresa mercantil en la que los alemanes no tienen verdaderos derechos «nacionales». Cuando el periodista Hagen se presentó en el local, los organizadores se negaron a comenzar la reunión y no pudo escuchar la conferencia.
El caso es que el tal príncipe Heinrich XIII no ha vivido mal en Alemania y ha residido muchos años en un barrio rico de Fráncfort, donde ha trabajado como agente y consultor inmobiliario, pero le gustan las grandes emociones.
Vivimos tiempos extraños. Parece que a los seres humanos nos gustan los líos y añoramos la épica de la tragedia. No hemos escarmentado con los horrores ideológicos del siglo XX. Nunca habría imaginado que en 2021 tendría que asistir a un hecho tan 'astracanesco' y brutal como que un presidente saliente de Estados Unidos de América intentara un golpe de Estado contra la Unión, negándose a reconocer los resultados electorales que lo desalojaban del poder, y organizara una turba de sus seguidores para que asaltaran violentamente (hubo nueve muertos) el Capitolio.
Y tampoco que un antiguo agente del KGB llegara a la presidencia de Rusia y comenzara una invasión contra un país vecino, una guerra bajo la bandera nacionalista, bendecida por el patriarca de Moscú al viejo estilo zarista. O que en el corazón de la Unión Europea un grupo de neonazis y nostálgicos del Reich alemán, encabezados por un supuesto príncipe Heinrich XIII, fueran capaces de tramar una aventura golpista contra la República Federal Alemana con el proyecto de «ejecutar» como traidor al canciller... y reinstaurar la Constitución bismarckiana de 1871, lo que significa que no escarmentamos fácilmente y nos cuesta aprender de la historia.
Al parecer, el virus de la locura política nunca muere, pero quiero pensar que gracias a Dios, al menos hoy, es un virus debilitado por su propia ridiculez.
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