EE UU, Unas elecciones muy polarizadas
El Foco ·
Si gana el demócrata Joe Biden, el favorito en las encuestas, la política de la primera potencia mundial cambiará menos de lo que calculan los enemigos más acérrimos de Donald TrumpDiplomático, antiguo embajador de España ante la ONU
Domingo, 18 de octubre 2020, 01:56
Siempre hemos dicho que Estados Unidos era otro planeta. Aunque aquí no queramos entenderlo. No solo por su legislación con su sacrosanto derecho a poseer ... armas de fuego, su economía -el mes que arrancó la pandemia tenía una tasa de desempleo del 3,3%, mientras en España estábamos en el 13,8%- o su historia democrática: fue el primer gran país que dio el voto a la mujer y quizás el único en el que no ha habido nunca una dictadura. Es singular incluso su sistema electoral para la presidencia. Los electores no votan directamente al presidente, sino a unos delegados, con voto teóricamente cautivo casi todos ellos, que escogerán al mandatario de la Casa Blanca.
Podríamos seguir. Hay algo, sin embargo, en lo que en estos momentos se asemejan enormemente a España. Aludo a la polarización de la sociedad. Casi sin precedentes en Estados Unidos. Los dos partidos importantes, republicanos y demócratas, son ahora más homogéneos y su única cosa en común es el desprecio por el otro campo (esto me suena a nuestra Celtiberia actual). No es que les pirre la polarización, pero culpan sistemáticamente al adversario de haberla creado. La escisión se traslada a los medios de información. Las cadenas CNN y NBC son proBiden y la Fox proTrump. El presidente es uno de los principales responsables, no el único, de esa tirria, que le venía siendo rentable, hacia el contrincante. Para Trump, Biden es un dormilón distraído que va a arruinar el país con sus amigos 'rojos'; y para el demócrata, más templado, el presidente es una fábrica de desprestigio de Estados Unidos. Hay comentaristas que indican que la radicalidad del posicionamiento afecta incluso a los lugares frecuentados (Starbucks para los 'progres' y Dunkin Doughnuts para la derecha) y la indumentaria (ropa de camuflaje y prendas de yoga, respectivamente).
Esta actitud a cara de perro, dentro de un orden, la hemos visto en el único debate que se ha celebrado hasta ahora, en el que quizás Biden al salir como perdedor y aguantar el tipo ganó puntos; el demócrata, aparte de ir delante en los pronósticos, recaudó mas dinero en agosto que el presidente (365 millones versus 210), lo que es algo ominoso para Trump, pero hasta el rabo, como vimos hace cuatro años, todo es toro.
Los adversarios de Trump apuntan que prepara el escenario para no admitir una posible derrota
Dentro de este ambiente, el presidente ha jugado la carta de la nominación de la magistrada Amy Coney Barrett para miembro del Supremo. Fustigado como antifeminista, busca dos cosas. En primer lugar, adular al voto femenino, sobre todo al conservador, proponiendo una candidata muy preparada, católica conservadora y que en el examen que ha tenido lugar en el Senado ha sabido escabullirse -táctica frecuente en los que necesitan la aprobación de la Cámara Alta- en las cuestiones comprometidas. Ha dado a entender que el aborto con el que ella no comulga es ya inamovible, pero no ha querido comprometerse con la gravedad del cambio climático. En segundo lugar, Trump pretende dejar la impronta ideológica de su partido: si pasa Barrett, la Corte contará con seis magistrados tachados de conservadores -su presidente a veces da sorpresas- y tres más cercanos a lo que Biden representa. El cambio es tan importante que los demócratas -heridos con que se haga la confirmación de Amy Barrett a la carrera, lo que los republicanos no permitieron que se produjera con el último designado por Obama que no pudo ser examinado- amenazan con una bomba atómica sobre la que Biden no ha querido pronunciarse. Si ganan las Cámaras y la presidencia, aumentarán el número de magistrados del Supremo. La iniciativa es peligrosa. La Constitución fija en nueve el número de los mismos. Así están los ánimos a dos semanas de las elecciones.
La impresión es que Amy Barrett será aprobada, no habrá suficientes senadores republicanos díscolos y podrá sentarse el mes que viene a discutir cuestiones como la reforma sanitaria de Obama, lo que constituye la mayor preocupación de los demócratas. El tema es delicado. Hay senadores, uno de Carolina del Sur, por ejemplo, que piensa que la reforma, que dio cobijo sanitario a más de veinticinco millones de personas, fue nefasta y contraproducente. Sin embargo, hay Estados en los que su supresión o recorte pueden significar una huida del voto.
La pandemia va a afectar al resultado electoral sin que se sepa hasta qué punto. Estados Unidos sufre 225.000 muertos, pero con una población de 332 millones de habitantes continúa teniendo una tasa inferior a nuestros 54.000. Es decir, que las fanfarronadas de Trump -«hemos hecho un trabajo increíble», ¿ de verdad?- son menos graves que la rotundidad pretenciosa de la ministra Celáa: «Lo hemos hecho todo absolutamente bien». ¿Todo?
Sin la Covid, Trump lo tendría más sencillo. Los sondeos también están polarizados, tanto como los titulares de los periódicos que, por las divergencias, dan para una tesis, y el conocido Gallup que ha ofrecido conclusiones no siempre coincidentes en estos meses apuntan a que el balance económico del presidente, a pesar de que Estados Unidos ha superado los 10 millones de desempleados, no es negativo. Mientras en otros terrenos se le suspende, en este le dan un 54%, cota parecida o superior a la sus predecesores al final de su mandato. Una mayoría -el 55%- admite que ellos y sus familias están mejor que cuando Trump llegó al poder.
El voto por correo divide asimismo. Muchos Estados del país admiten que se pueda hacer por carta postal o presencialmente días antes. En 2016 lo hicieron así casi uno de cada cuatro electores. Trump detesta el procedimiento. El jueves dijo en Miami -donde afirmó que los 416 millones de dolares que debe a Hacienda son, para una persona como él, «calderilla», lo que probablemente no le restó un apoyo- que el voto no presencial va a producir fraude y desastres. Sus adversarios coligen que se prepara el terreno para no admitir los resultados.
¿Cambiará la política de Estados Unidos si gana el favorito Biden? En algo, pero en menos de lo que calculan los enemigos de Trump. El Obamacare podrá respirar con más tranquilidad, los europeos brindarán con cava o champagne al desembarazarse del rubio zafio y podrán abordar con Washington el cambio climático y otras cuestiones cruciales. En algunas, sin embargo, habrá sorpresa. El venerado Obama ni adoraba la ONU ni estaba entusiasmado con Europa, creía que el centro del planeta se había desplazado hacia Oriente. Ahí existe una manzana de la discordia. Las fuerzas vivas de Washington están hechas un lío con China. ¿Subrayan su violación de los derechos humanos o sus intentos imperialistas de dominar sus oceános, se defiende llegado al caso la democracia taiwanesa? Biden querrá que nos mojemos. Nosotros huimos, cuando hay gigantes, del agua.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión