Biden predica en el desierto saudí
EE UU, atrapado en una telaraña mundial de intereses a menudo contradictorios, no se atreve a ir hasta el final contra Bin Salmán
El cordial encuentro del presidente norteamericano, Joe Biden, con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, demuestra la cínica 'realpolitik' según la cual los Estados ... no tienen amistades permanentes, sino intereses permanentes, y la necesidad nacional se impone sobre la ética.
En verdad, Washington no tenía otra opción que distanciarse del Gobierno de Riad después del asesinato del periodista Jamal Khashoggi, perpetrado alevosamente en una sede diplomática saudí, teóricamente lugar de refugio y santuario, no patíbulo. Además, muchos destacados periodistas estadounideses conocían personalmente a Khashoggi y no era cuestión de enemistarse con todos ellos. Por lo tanto, aunque se mantuviese una alianza indispensable para los intereses nacionales de EE UU, no se podía pasar por alto la necedad sanguinaria del mandatario saudí profanando un tabú básico en las relaciones internacionales.
Sin embargo, como ya es frecuente en los últimos tiempos, los norteamericanos, atrapados en una telaraña mundial de compromisos e intereses a menudo contradictorios, no se han atrevido a ir hasta el final contra Mohamed bin Salmán. Deberían haber hablado seriamente con su padre, el rey Salmán bin Abdulaziz, para dejarle claro que su hijo predilecto es un imprudente de escaso seso y un animal, y que hay muchos hermanos y primos para reemplazarle, pues los pasivos de su reinado superan holgadamente los escasos aspectos positivos, que tienden a ser retoques cosméticos de cara a la galería, como permitir que abran los cines o autorizar que las mujeres conduzcan.
No se trata solo de la torpeza de matar a Khashoggi en el Consulado saudí de Ankara, en vez de liquidarlo discretamente en cualquier otro lugar, sino de la desastrosa intervención saudí en la guerra civil de Yemen, los innecesarios enfrentamiento con Catar o Canadá, el aventurerismo errático en Siria o secuestrar al primer ministro libanés Hariri cuando visitaba el país en noviembre de 2017 y coaccionarle para que dimitiese, todo ello mientras era un huésped oficial, protegido por los usos diplomáticos internacionales y las ancestrales leyes de la hospitalidad beduina. Ni que decir tiene que Hariri se retractó de su forzada dimisión tan pronto volvió a Líbano. Eso sin mencionar pecadillos menores, como justificar la represión china contra los musulmanes uigures o hackear el teléfono móvil del multimillonario Jeff Bezos, propietario de 'The Washington Post'.
Biden siempre ha sido algo bocazas. Durante la campaña electoral calificó de «paria» a Bin Salman y hace solo unas semanas declaró que no se reuniría con él durante su visita a Arabia Saudí. Luego, no solo se reúnen, sino que se saludan de forma casi jovial, chocando los puños con amplia sonrisa, como si fueran compadres que se reencuentran tras larga separación. Biden traga con mucho gusto este sapo para conseguir lo que desea: que los saudíes incrementen su producción para impedir un alza excesiva de los precios y mantener bajo control la inflación en EE UU. ¿Pero lo puede conseguir?
A favor: la política exterior saudí se centra en el enfrentamiento creciente con Irán. A los saudíes no les interesa que Washington alcance un acuerdo nuclear con los ayatolas iraníes. Además, rusos y saudíes han apoyado a bandos opuestos en la guerra civil siria. Putin pretende comprar drones y otros pertrechos en Irán. Si Putin sale victorioso del conflicto ucraniano, ayudará a la dinastía Assad a consolidar su reconquista de todo el país, y los Assad son aliados de los iraníes. Por lo tanto, a Bin Salman le interesa que Putin salga derrotado y debilitado de Ucrania. Putin está desviando su producción de petróleo y gas hacia China e India, con sustanciales descuentos. Eso les arrebata cuotas de mercado a los saudíes, que necesitan vender cada vez más a Europa, para compensar.
En contra: Biden ha insultado personalmente a Bin Salmán y la venganza es dulce. Además, cuanto más suban los precios del petróleo, más dinero ganan los saudíes. Bin Salmán ya ha tanteado posibles acuerdos con Rusia para aceptar el triunfo de los Assad en Siria a cambio de sacarlos de la órbita iraní.
De momento, Biden se jacta de haber conseguido la promesa de un incremento en la producción petrolífera saudí, sin indicar cifras. Bin Salmán le contradice alegando que tiene que hablarlo con la OPEP, y los expertos advierten de que los saudíes producen actualmente 10,5 millones de barriles diarios y que su capacidad máxima no va más allá de 12 millones de barriles diarios. Por lo tanto, lo más probable es que los saudíes opten por hacer lo mínimo para no perder el apoyo de Washington, pero sacándole todo el dinero que puedan, y sin volar todos los puentes con Moscú.
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