Haizea Estudia
Sería muy duro que la Educación acabara con sus verdaderas raíces: la curiosidad, la inquietud. Terminaremos por conseguirlo
Profesor de Lengua Castellana y Literatura IES Burdinibarra BHI Trapagaran
Sábado, 21 de junio 2025, 23:55
Ostras». Se ha puesto de moda decir «ostras». Todo hijo de vecino -mi señora incluida- dice «ostras». Y reconozco que la muletilla tiene su punto; ... sueltas un «ostras» y te quitas de encima veinte años. Porque hay términos con efecto antiedad. Dices, rozando la jubilación, «ostras» y te vuelves un adolescente como mi querido Andrés.
«Andrés, estudia. ¡¡Andrés, estudia!! Andrés-estudia. Andresestudia... Andrés Estudia. Me llamo Andrés y me apellido Estudia..». Así comienza 'Nunca seré tu héroe' de María Menéndez Ponte, una lectura que recomendaba a mis alumnos y alumnas allá por los 90. La novela no ha resistido el paso del tiempo pero, al llegar estas fechas, el pobre Andrés me viene indefectiblemente a la cabeza casi a diario; «Estudia, Andrés».
No sé en qué momento se ha ido todo al carajo; en la Escuela, quiero decir. A fin de cuentas, enseñar o aprender algo debería generar entusiasmo. Sin embargo, ese entusiasmo se transforma, especialmente durante estos dos últimos meses de curso, en examen; en horas, semanas de enclaustramiento; en notas de corte que obsesionan y estresan a chavales que apenas tienen diecisiete años; en broncas familiares, en docudramas en los días de entrega de boletines de calificaciones; en miles de adolescentes que se apellidan Estudia: Unax Estudia, Haizea Estudia, Koldo Ikasi, Ikasi Zuhaitz. Miles de quinceañeros hermanados por ese patronímico y por esa presión académica difícil de soportar: como si a estas alturas de la película sus profes no tuviéramos ya bastantes indicadores de evaluación, de logro, y sintiéramos la necesidad de ponernos estupendos.
Y mira que allá por octubre habíamos quedado en funcionar por competencias y en nuestras programaciones hablamos de saberes básicos, de perfiles de salida, de trabajar por proyectos, de aprendizaje significativo, de rúbricas, de atención a la diversidad; mira que se nos llenaba la boca de situaciones de aprendizaje…
No sé en qué recodo hemos perdido el rumbo y ese encuentro gozoso que debería ser el aula se ha convertido en una ITV, en un juicio en ocasiones sumarísimo, donde el aprendizaje no es real sino «fingido». Así lo llama Salva Rodríguez, autor de posts -'El blog de Salvaroj'- muy recomendables como 'El chico que quería aprender pero tenía que aprobar', 'Siete exámenes en una semana: ¿evaluamos?', 'Evaluar para aprender, no para juzgar', 'Aprender de verdad, enseñar de verdad'.
Según Salvador, estamos dejando escapar la oportunidad de hacer otro tipo de educación en la que el alumnado se emocione con lo que aprende y en la que construya su propio conocimiento. No somos conscientes -subraya- de que los educadores y educandos del siglo XXI somos unos privilegiados: trabajamos con hipertextos y las paredes de la clase son 'de cristal'; el acceso a la información es ilimitado y nunca fue tan fácil como hoy motivar.
Resulta paradójico cómo muchas instituciones, en su afán por perpetuarse, acaban tirando, con una diligencia insuperable, piedras contra su propio tejado: ahí tienen los desvelos de la monarquía -no repara en gastos ni en aviones, ni en veleros- por conseguir el regreso de la república; ahí tenemos a la Iglesia, empeñada en vaciar los templos, defendiendo en el amor y en el deseo lo indefendible.
Sería muy duro que la Escuela, la Educación, siguiera los mismos derroteros y acabara con sus verdaderas raíces: la curiosidad, la inquietud. Estos últimos días de junio uno tiene la impresión de que lo terminaremos consiguiendo. Sobre todo si seguimos manteniendo ciertas metodologías:
-Hay que acabar con la educación bulímica en la que te atiborras de datos, los vomitas en el examen y te olvidas- nos advierte María Acaso en su web y en un volumen publicado por Paidós, cuyo título es una declaración de intenciones: 'rEDUvolution'. Nos recuerda que la palabra 'escuela' viene del latín 'schola', y este del griego 'schol'; propiamente 'ocio', 'tiempo libre': la idea de los clásicos era dedicar las horas en las que no se trabajaba a aprender mediante la contemplación, la diversión y el descanso del cuerpo, dedicándose al desarrollo de las ideas. «Desde muy niño tuve que abandonar mi educación para ir a la escuela», decía Bernard Shaw, poniéndonos, siglos después, desde el mismo ángulo, frente al espejo.
Hemos olvidado que Platón paseaba con sus discípulos en un huerto de olivos dedicado al héroe Akademo: por eso su escuela se llamó 'Academia'. No era un espacio cerrado ni con horarios rígidos. Su discípulo Aristóteles continuó con esa técnica de aprender caminando; por eso a su escuela se le llamó 'peripatética'; es decir, 'paseadora'. Aprender no era algo traumático sino balsámico, relajante y reparador.
Ni que lo estuviéramos haciendo adrede… Por cierto, un «adrede» te puede rejuvenecer más que un roto en los vaqueros; un buen «adrede» te arregla los párpados caídos; un «adrede» es un chute de bótox. Dices un «es que ni adrede» y te conviertes en un quinceañero; como Andrés. Estudia, Andrés. Ikasi, Andrés. ¡Ostras, Andrés, que estudies…!
En fin.
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