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Tenerlo claro

El matrimonio es un contrato que uno firma. El amor es una enajenación mental, una pérdida de visión transitoria, un delirio

Sábado, 17 de noviembre 2018, 02:32

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La vejez es un territorio desconocido en el que conviene adentrarse (ya que al parecer es inevitable) con cierta cautela. Yo pienso mucho en la clase de viejo que no quiero ser. Me preocupa ese tema. Lo que más me preocupa es la pérdida del sentido del humor. Hay que estar avisado. Hay que esforzarse un poco para no empezar a tomármelo todo demasiado en serio. Así que estoy dispuesto a combatir con fiereza en ese terreno. Decía La Rochefoucauld, un autor del XVII, que los viejos tienden a dar buenos consejos para consolarse de que ya no están en condiciones de dar malos ejemplos. Es una frase ingeniosa pero tiene su miga, porque los viejos insensatos suelen ser más insensatos que los jóvenes y vivimos en una época en la que la insensatez ya no tiene límites ni edad.

Esto viene a cuento de una noticia que acabo de leer y que cuenta la historia de un hombre, un catalán de 87 años llamado Alberto, que ha puesto un anuncio en la página de contactos de un periódico buscando una mujer «no mayor de 37» para iniciar amistad con vistas a un rápido matrimonio. Alberto (no sabemos su apellido) es de Manresa, tiene dos pisos, una finca, y ofrece su pensión de 1.800 euros y toda su herencia a la mujer que se case con él. A mí estas historias me encantan porque vislumbro en ellas el brillo de los tiempos y una excepcionalidad que podría resultar ejemplarizante. No voy a entrar a hacer valoraciones morales porque creo que cada cual hace con su vida lo que puede. Lo que me parece significativo es que en cuestión de pocas horas le han llamado varias aspirantes dispuestas a aceptar el trato en sus justos términos. De hecho, ya se ha decidido por una, al parecer. Ahí no hay trampa ni cartón y ambas partes entienden cabalmente lo que aportan y lo que obtienen. Además, hay una segunda cuestión igual de interesante: Alberto tiene hijos, pero ha renegado de ellos y ha optado por desheredarlos porque dice que no se han portado bien con él. Yo creo que este señor es un avanzado, lo digo en serio. Creo que es un precursor. Y me da la sensación de que puede convertirse en un modelo a seguir. Así que ojo.

A menudo, sobre todo en edades tempranas, se confunde el sensato matrimonio con el loco amor, cuando en realidad, si te fijas, no tienen nada que ver. El matrimonio es un contrato que uno firma. Por las razones que sean. El amor es una enajenación mental, una pérdida de visión transitoria, un delirio. El matrimonio tiene vocación de realidad, mira a medio y largo plazo, pide créditos y garantías. El amor es pura ficción, es derroche, se desinfla en un plis-plás. Casarse es dejarse de tonterías y Antonio sabe muy bien lo que quiere: quiere estabilidad, quiere tener compañía y que le cuiden hasta el final. Lo sorprendente es la exigencia en la edad: no mayor de 37. Eso es tenerlo claro.

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