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El sueño de un anarquismo que funcione

El talón de Aquiles del capitalismo actual reside en que aumentan las diferencias entre ricos y pobres. Todos (o la gran mayoría) somos más ricos (el doble que en 1968), aunque menos felices

Jueves, 15 de noviembre 2018, 01:18

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El eterno retorno de los fascismos, que con tanta perspicacia nos recuerda Rob Riemen, y el avance continuado de la extrema derecha, recorre, cual fantasma de otros tiempos no tan lejanos, la mayor parte de Europa. En muchos sitios ha alcanzado el poder. Unos datos en base a recientes elecciones: El 26% de la población votó extrema derecha en Austria, (donde ya gobiernan); el 22%, en Italia, donde también gobiernan; el 21%, en Dinamarca (sí, en la mitificada Dinamarca); el 20%, en Hungría; el 18%, en la no menos mitificada Suecia; el 14%, en Polonia; misma cifra en Letonia; 13%, en Alemania; 9%, en Francia; idéntico porcentaje; 7%, en Finlandia; 6%, en Grecia…. Y, ¿en España?: el 0,24% de los que Vox se lleva el 0,20%, según mi fuente ('Le Monde' 11/09/18). Pero, a tenor de una reciente encuesta superaría el 3% de los votos, provenientes del PP, dicen, donde siempre hemos pensado que estaba agazapada la derecha extrema española.

Estos movimientos vienen de donde han venido siempre. En tiempos de incertidumbre, como los nuestros desde hace una década, es el miedo al extranjero, a ser invadidos por otros. Es el rechazo, del todo punto irracional, al emigrante. Irracional porque no son tantos ni mucho menos, irracional porque la opulenta, aunque mundialmente arrinconada Europa sin que queramos reconocerlo, los necesita. Irracional porque nunca fuimos tan ricos como ahora, nunca tuvimos más medios, más bienestar como ahora (aún teniendo en cuenta el bajón con la reciente crisis). ¿Quién saca a pasear a nuestros mayores ya en Euskadi, por poner un ejemplo visible? Añádase a ello una cultura de la queja continuada, el imperio de la noticia negativa en los medios de comunicación, la proliferación de púlpitos laicos denunciando esto y aquello, portales electrónicos para protestar por lo que sea, exigir más y más derechos sobre todo y por todo, etc., etc. Así crece, por un lado, la cultura del 'first': 'first América'; 'd'abord la France'; 'Deutschland über alles'; 'España, España, España', de Vox. Crece también, lo veremos más abajo, el anticapitalismo decimonónico.

Todos estos movimientos de extrema derecha se caracterizan por un nacionalismo radical, extremo, excluyente del diferente, un nacionalismo encerrado, enfeudado, en su propia mismidad de país o nación, exaltado al máximo. Nacionalismo que excluye, tanto una Europa unida en su diversidad, una Europa fuerte si no quiere convertirse en el museo occidental del planeta, como el reconocimiento de pueblos, con propia identidad, en sus actuales Estados-nación. Superar esto supone discutir los niveles de capacidad de decisión que tenemos los ciudadanos en las diferentes entidades y organismos políticos en los que estamos insertos.

Pero hablando de fantasmas y retornos, traigo aquí unas notas que tomé de una mesa redonda organizada por un periódico el pasado 5 de octubre en París, titulada 'El gran retorno del anticapitalismo'. El filósofo Pascal Bruckner, señaló cómo el dinero era más importante en el Medievo que ahora (en Occidente), donde tenemos el Estado de Bienestar, lo que no impide que el capitalismo sea, en la actualidad, el equivalente de Satanás en la Edad Media: el signo de todos los males. Añadió que la Iglesia católica vive en una profunda contradicción: rechaza el dinero y el capitalismo (así el Papa Francisco), pero es muy rica en edificios. Incluso puede caer en cierta esquizofrenia: odia el dinero, pero dice necesitarlo para «buenas obras». Pero, y en esto, con fuertes matices, los cuatro miembros de la mesa estaban de acuerdo: el capitalismo resulta ser el único sistema que, económica y socialmente hablando, funciona.

En la mesa redonda se dijo que, tras el derrumbe del comunismo y el desplome de la URSS, no quedan alternativas y las que quedan no son defendidas más que por unos pocos intelectuales y políticos de extrema izquierda, que apenas tienen el favor del electorado libre. Salvo los que añoran la seguridad de la antigua Unión Soviética. (Léase de la Nobel Svetlana Aleksiévich, 'El Fin del homo sovieticus', Acantilado, 2015.). En España tendríamos a Podemos, y a Sortu en Euskadi, quienes hace unos años proclamaban el movimiento bolivariano. Pero hoy ya solamente con la boca pequeñita limitándose a ser movimientos de protesta (muchas veces justa) pero, la historia lo muestra, no construyen nada cuando llegan al poder sino tiranía (Cuba, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte, China…) más allá (que tampoco es poco) de subir el bienestar de los más pobres, aunque empobreciendo al todo social.

El talón de Aquiles del capitalismo actual reside en que aumentan las diferencias entre ricos y pobres. Todos (o la gran mayoría) somos más ricos (el doble que en 1968 se dijo en la mesa redonda), aunque menos felices. Jean-Dominique Senard, mediático presidente ejecutivo de Michelin, abogó por «un capitalismo responsable, que se oponga a los capitalismos financieros de los anglosajones y del Estado Chino».

El día pasado en un documental en 'tv arte' el compositor John Cage apostaba por «un anarquismo que funcione». Y yo también, claro está. La pregunta es cómo conseguirlo. Afortunadamente se me acaba aquí el espacio.

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