Ruido sin ideas
Vista la actitud de unos y otros, parece como si el futuro de la democracia en España, salvo al PSOE y al PNV, no le importara a nadie
Valle-Inclán explicó que el esperpento era el único procedimiento para entender una realidad sistemáticamente deforme, como la española. Casi un siglo más tarde, nuestra ... situación tiene aún mucho de esperpéntica, en la medida que sus principales protagonistas adoptan actitudes y pronuncian palabras que ofrecen todo menos una visión ajustada de una coyuntura política cargada de conflictos, a partir de la cual abordar una gestión eficaz de los asuntos públicos. Es más, volviendo a otro clásico, esta vez de 1600, el arbitrista González de Cellorigo, al verles y oírles hablar tenemos con frecuencia la impresión de vivir en un país de hombres encantados que, envueltos en sus propias aspiraciones y reyertas, han perdido el contacto con el mundo real.
De entrada, una vez satisfecho con su doble éxito en las elecciones, primero parlamentarias y luego municipales y de comunidad, Pedro Sánchez pronunció un diagnóstico rotundo: solo era posible un gobierno del PSOE. Tenía razón, si de formar gobierno se trataba, pero también era posible que la tormenta ya formada en la campaña, con una oposición plural en su origen, se convirtiese tras el 26-M en una auténtica conjura para evitar el gobierno monocolor. Era algo que ya podía ser previsto al contemplar en la segunda campaña la puja frente al PSOE de adversarios y presuntos aliados con claros síntomas precursores de un 'noesno' a la investidura de Sánchez. El socio previsto, Pablo Iglesias, apuntaba la exigencia de participación gobernamental por encima de cualquier entendimiento sobre reformas; al PSOE había que vigilarle desde dentro para evitar su supuesta propensión derechista.
A partir de las segundas elecciones, el panorama se oscureció aun más. Desde entonces, las noticias y las tertulias se centran en interminables especulaciones sobre los juegos de cifras sobre la investidura, mientras los partidos no socialistas insisten en anunciar su oposición de forma rotunda, pero sin añadir razonamiento alguno, ateniéndose al nuevo tipo de discurso político 'made in Trump' a ritmo de tuit. Aquí el campeón es Pablo Casado, que lanza la sentencia o la acusación sin añadir nunca sobre qué apoya tal dicterio. El último ejemplo es su declaración de que es Sánchez el que ha metido al país en un laberinto. Añadir argumentos le hubiera obligado a Casado a salirse del tuit y arriesgar. Tras las derrotas electorales, el PP ha quedado en óptima posición para prever un mejor futuro, con Ciudadanos reducido al papel de colaborador preferente en ayuntamientos y comunidades, y el PSOE sometido al acoso general. Por ahora no tiene que moverse, en espera de un fracaso de Sánchez en las investiduras y unas nuevas elecciones generales. Solo deberá refrenar su pasión contrarreformista, visible en la supresión del Madrid-Central, incluidos los espacios peatonales que creara el propio PP en 2008. La imagen de partido de la reacción no es rentable de cara a nuevas elecciones -beneficia a Cs-, aun cuando con su base no tenga que hacer remilgos a la alianza con Vox. No necesita forzar la imaginación.
Lo mismo sucede con Pedro Sánchez, a quien solo cabe culpar de imprevisión tras las victorias electorales y de no insistir en unas coordenadas ideológicas previas que de por si dejaban clara la distancia con Podemos. Ha sabido mantener el apoyo del PNV y las abstenciones de los independentistas catalanes, con el único punto oscuro de Navarra, traspasando la línea roja de modo encubierto sobre Bildu, aun cuando el PP, aliado de UPN, tampoco se hiciese merecedor de nada. Proponer gobernabilidad es razonable.
Solo que frente a su imagen inicial como agente de estabilización política, Albert Rivera ha emprendido una espectacular deriva hacia la derecha. Olvida que venía ofreciendo liberalismo democrático, renovación moral frente al PP, un auténtico centro-derecha, yendo a parar a una asociación vergonzante con Vox, mientras declara la guerra a Sánchez. Y lo peor es que no explica nada sobre las causas de semejante transformismo. Cataluña no es suficiente. Albert Rivera parece tener la cabeza puesta solo al servicio de su ambición personal, envuelta en autoritarismo. Ideas, cero.
Así, fue penoso contemplar a los dirigentes de Cs cerrando los ojos ante lo que significaba Vox. Y a Arrimadas arguyendo que la Colau era casi (sic) lo mismo que Maragall. Ante el reto de la oferta política concretada por Manuel Valls en su toma de posesión como concejal de Barcelona, solo hubo exclusiones, amenazas contra los disconformes y truenos en tuit de un notable recién fichado. Rivera podía haberse acordado del Ibex-35. Piensa en ser presidente de gobierno en 2024, dicen. De momento es grave el golpe dado a la democracia, más allá del no a Sánchez, por el vacío creado en el centro.
En cuanto a la intransigencia de Podemos, Pedro Sánchez debió esperarla. Pablo Iglesias combina la lucha tailandesa con el ajedrez, y sus entregas de calidad en niveles inferiores al gubernamental fueron oportunas. Además, la experiencia pre-electoral probó que resultaba posible la «cooperación» PSOE-Podemos para implementar importantes reformas. Solo que una cosa es la gestión de una comunidad y otra integrar en el gobierno a un partido contrario a la UE actual, dispuesto a romper su disciplina económica, más pro-autodeterminación catalana. Y por encima de todo entregado al ascenso de su líder carismático. Ni una sola de las declaraciones últimas de Podemos se ha referido a cuestiones concretas. Como buenos populistas, todo se centra en denunciar conspiraciones de «las cloacas» o en la descalificación de Sánchez por rechazar su exigencia: el encumbramiento de Pablo Iglesias, vicepresidente. El ejemplo Salvini es muy atractivo, por encima de las ideas. Jaque al rey.
A fin de cuentas, el futuro de la democracia en España, salvo al PSOE y al PNV, parece no importarle a nadie.
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