Los repartidores
La división de poderes, que era sagrada, ha vuelto a dividirse y ya nadie sabe si los suyos son de los nuestros o de los de nadie. Ni los propios beneficiarios de ayer desean correr con los perjuicios porque son de muy difícil reparto, ya que siempre hay algunos que pagan más que otros y una tercera parte esquiva pagar la suya. La gente de la calle sigue haciéndose la misma pregunta: ¿usted cree que si fuera verdad que hay dos caminos hubiéramos elegido alguno de ellos? El Tribunal de Cuentas ha condenado a Artur Mas a restituir los 4,9 millones de la célebre consulta del 9-N. Los independentistas tampoco tienen claro si la separación les conviene, pero desean que exista, para después protestar con toda razón por el reparto.
Cataluña, que es la que más entiende de distribuciones monetarias, tampoco se muestra conforme con el reparto porque hacer partes iguales es metafísicamente imposible. La igualdad no existe y cada uno es cada uno y España se resiste a ser de los españoles. No es cierto que la patria sea una aspiración de los patriotas. La sentencia condena que el Govern se haya metido en ese gasto después de prohibirse la votación. El máximo miedo es el que nos aflige a nosotros mismos. No sabemos lo que queremos, mientras la hipotética mayoría de los catalanes sí sabe y aspira a imponérsela a todos los demás.
La división de poderes también está dividida y los que aspiran a una parte no se amoldan más que con todas. La «varia España» de la que hablaba Azorín se está peleando con ella misma y el desenlace está tan lejano que no podremos divisarlo hasta que haya unas elecciones generales. Es lo que más urge, que es al mismo tiempo lo más aplazable.