La puja
Sánchez tratará de atender el consejo barroco de «no estar a arbitrio y voluntad de otro» e Iglesias intentará «disputar la democracia» en vez de buscar una elección racional para el país
La fragmentación del mapa político y la complejidad resultante de los resultados electorales han producido un sorprendente bloqueo. La victoria del PSOE fue espectacular, pero ... insuficiente, de manera que la situación, más que a un examen propio de la sociología política, nos lleva hacia el pasado, a un tiempo donde la lucha por el poder se regía por los criterios de ambición y astucia propios de la razón de Estado. Se ha iniciado una dura partida de mus entre Pedro Sánchez y cada uno de los aspirantes a sacar ventajas, algo que tal vez el presidente no esperaba. Hasta el punto de que solo eran tranquilizantes los noes rotundos, por conocidos, mientras que casi ningún apoyo se anuncia sin condiciones, dudas o contrapartidas. Consecuencia: por el momento no cabe adivinar cuál va a ser el resultado final.
La verdad es que tener como aliado preferente a Pablo Iglesias no es ningún regalo. El líder de Podemos pertenece a aquel tipo de político que un clásico censuraba por cifrar en exclusiva sus esfuerzos «en ser más que otro»; es decir, en superar a todo aquel con quien se encuentra, aun cuando sea como en este caso asociado suyo de cara al futuro. Pudo verse ya durante la campaña electoral, con los ataques recurrentes lanzados contra la supuesta propensión de Sánchez a inclinarse hacia la derecha -es decir, a Ciudadanos-, el doble juego sobre Cataluña y ya de modo frontal contra su política europea. Pero desde el 26-M la protesta ha subido de tono. No hay en las nerviosas intervenciones de Iglesias la menor mención a posibles objetivos y medidas comunes con el PSOE que justificaran la coalición. Siempre en el terreno de las falsas evidencias, la misma sería «de sentido común». La única razón aducida es que sin Podemos en el Gobierno, el PSOE escoraría de inmediato hacia la derecha.
Solo le falta decir que los objetivos políticos de Sánchez coinciden con los de Ciudadanos, sin tal vez darse cuenta de que con esta provocación sistemática acentúa cada vez más la desconfianza que pudiera sentir el presidente en funciones. «Prudente desconfianza» respecto de quien plantea la coalición de Gobierno, en el mismo tono con que ha explicado el balance del último año en términos de que todos los logros fueron cosa suya. Son métodos ya practicados en los años 30 y 40 por los partidos comunistas de la Tercera Internacional: conjugar la alianza con el desgaste del aliado. La experiencia destructiva de los mismos debiera aconsejar la rectificación, orientándose a ver los acuerdos como plataformas para obtener mutuamente ganancias. Dicho de otro modo, buscando un juego de suma positiva y no de suma cero.
Por añadidura, tales las declaraciones no argumentadas de desconfianza en el otro llevan a una degradación del lenguaje y de la escena política, ya que sustituyen a los razonamientos y propuestas sobre cuestiones concretas. De acuerdo con una visión propia del viejo pensamiento reaccionario, es como si detrás de la realidad visible existiera un mundo oscuro, conspirativo, que trata fraudulentamente de incidir sobre todo aquel que no coincide con Podemos. Así la orientación per se del PSOE hacia la derecha, o la actuación de los perversos «poderes mediáticos» para que el portavoz de «la gente» no llegue al Gobierno.
Todo ello, al servicio de un problema real, y es que Iglesias no está dispuesto a afrontar la crisis interna de Podemos mediante procedimientos democráticos, como sería llevar ante el próximo Consejo Ciudadano los relevos en la cúpula que acaba de decidir por si y ante si. Entrar en el Gobierno es para Iglesias la única tabla de salvación de su poder personal y es lo que va a buscar por todos los medios; o, por recordar a Madonna, desesperadamente.
Lo hizo notar un pensador del siglo XVII, Saavedra Fajardo: «solamente una confianza hay segura, que es no estar a arbitrio y voluntad de otro». Sin duda lo ha percibido Pedro Sánchez, poco amigo de sufrir presiones procedentes de quien trata de debilitarle, pero enfrente tiene los números, también el conocimiento por lo ocurrido en 2015, de que Iglesias es capaz de reventar la investidura y luego echarle la culpa. Acaba de suceder en las elecciones al Ayuntamiento de Madrid con su boicot a Carmena. Y el líder socialista ha de afrontar también la subasta de peticiones, más o menos razonables, de sus asociados previstos. Al ver las vacilaciones en la relación Sánchez-Iglesias y las amenazas de éste, otros partidos han entrado en un coro de pujas con sus condiciones.
Posiblemente Sánchez confiaba en un camino más fácil, y por eso optó por una discreción excesiva. No era cuestión de descubrir todas las cartas, pero sí de trazar con anticipación algunos límites de cara a las negociaciones. Así el «nada con Bildu» pronunciado al dar cuenta del encargo de intentar la investidura, recibido del Rey.
Pronunciado de antemano ese rechazo frontal a Bildu, y aceptado por el PSN, no estaríamos ante el actual callejón sin salida, donde lógicamente los socialistas navarros no quieren repetir la costosísima cesión de 2007, mientras su aspiración de Gobierno progresista dificulta la investidura de Sánchez y rompe el argumento-tipo esgrimido contra la derecha por haberse asociado a Vox. Es un juego siempre de suma negativa para Sánchez, que se acentúa con el intervencionismo del PNV, que se atreve a interferir en las decisiones del PSOE a nivel nacional. A menor escala, Coalición Canaria se suma a la fiesta, vetando a Podemos. Esperemos que no intervengan en ello los conflictos familiares y laborales del pasado entre su diputada y el diputado podemita conocido como 'Rastas'.
Tal como están las cosas, es un pulso donde Pedro Sánchez tratará de atender el mencionado consejo barroco de «no estar a arbitrio y voluntad de otro» e Iglesias juega a fondo a «disputar la democracia» en vez de buscar una elección racional para el país. Es lo suyo.
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