Presidente Sánchez
El líder socialista debe demostrar que tiene soluciones mejores y más viables para los problemas de España que las de Rajoy
La moción de censura contra Mariano Rajoy dio lugar ayer a una votación sin precedentes, por la que el Congreso de los Diputados encomendó el Gobierno del país a Pedro Sánchez. A una persona que había renunciado a su escaño y a la secretaría general del PSOE en octubre de 2016 al perder la confianza del comité federal de su partido, contrario a que intentara lo que Alfredo Pérez Rubalcaba definió como un Ejecutivo Frankenstein. Un alianza tan heterogénea como inestable con Podemos y sus diversas marcas territoriales, todo el independentismo catalán, el PNV e incluso EH Bildu que coincide punto por punto con la que acaba de llevarle a La Moncloa. Sánchez recuperó el liderazgo socialista en apenas nueve meses a base de tenacidad y paciencia. Ahora, con el PSOE bajo su absoluto control, ha rescatado aquella fórmula que le costó el puesto en Ferraz para derrocar a Mariano Rajoy. Le resultará difícil disipar la sensación de que llega a la Presidencia del Gobierno por un cúmulo de casualidades que comprometen muy seriamente su gestión, ya condicionada por su asfixiante minoría parlamentaria. Con la moción de censura que ha investido a Sánchez, la democracia española volvió a hacerse realidad ayer a través de una de las previsiones límite de la Constitución. Lo hizo de manera inesperada, cuando Rajoy parecía tener expedita la culminación de su mandato con la aprobación de los Presupuestos de este año. Lo hizo a causa de que uno de los tres poderes del Estado, el Judicial, se pronunció muy severamente contra el PP y contra el propio Rajoy en una sentencia de la Audiencia Nacional frente a la corrupción política. Al margen de la lógica consternación en las filas del PPy de los entusiasmos que la votación despertó entre los censores de Rajoy, el trámite discurrió en un clima de absoluta normalidad y sin que nadie osara deslegitimar el acceso de Sánchez al poder a través de esa vía constitucional. Pero la legitimación social de las instituciones no es ajena a sus procedimientos y a sus resultados finales. Por eso, el líder del PSOE se enfrenta a la necesidad de demostrar que tiene soluciones mejores, viables e inmediatas a los problemas que comparte la ciudadanía. Se enfrenta al reto de mostrarse como un presidente más conveniente que Rajoy para la mayoría de los españoles. En ese sentido, Sánchez no tiene más remedio que atender a los requerimientos de quienes le han facilitado la llegada a La Moncloa y, al mismo tiempo, responder a las demandas de la oposición. Porque la aritmética parlamentaria se presenta tan ajustada para lo que resta de legislatura que deberá optar entre enzarzarse, hasta el final, en el cuerpo a cuerpo con los grupos de oposición o abrirse camino mediante la exploración de coincidencias con el PP y Ciudadanos.
Elecciones al fondo
La presidencia de Pedro Sánchez no puede soslayar la carga que le supone su singular nacimiento. La alternancia vía moción de censura resulta más que excepcional en las democracias parlamentarias. No es nada fácil que la suma de voluntades que ayer dio lugar a la censura sobre Rajoy se mantenga como mayoría para el Gobierno de España durante muchos meses. Sánchez ha obviado referirse con concreción al horizonte electoral que atisba. Como si su mandato pudiera eternizarse, esperando darle una vuelta completa a la herencia de la trayectoria del PP, aunque no tendrá más remedio que emplearse en actuaciones sin efectos presupuestarios directos para atender los requisitos de consolidación fiscal. De modo que el nuevo presidente no podrá postergar la convocatoria de elecciones, aunque inicialmente viva en la sensación de que ya han tenido lugar con su investidura mediante una moción de censura.