Pobre Pablo
La victoria se alimenta de la derrota. Bien lo debe de saber a estas horas Pablo Iglesias. Entre lo que fue y lo que es, ... el líder de Unidas Podemos se debate entre el deber moral del derrotado y la convicción de que sólo la verdad puede hacerle lo suficientemente libre como para seguir empeñado en sus ideas. Ese es en estos momentos el gran dilema de Pablo: marcharse o mantenerse en la lucha hasta la victoria. Es la disyuntiva de muchos líderes llamados para el cambio o, al menos, que se creían demandados para eso. Líderes totales y absolutos que, previa dogmatización de una estrategia, no dudan en perseguir sus objetivos caiga quien caiga. Y están tan convencidos de ello que ante la derrota no dudan en proclamar, aunque sea en voz baja que ésta, lejos de hacerles abandonar, les hace más fuertes. Así se mantienen en la pelea bajo la consigna de que sólo así se puede.
El mal de Pablo no es exclusivo. Es el mal de la izquierda, al menos de ese conjunto de ideas que se alejan del centro hacia la siniestra y no quieren verse amparadas bajo el paraguas de la socialdemocracia. Esa es la izquierda del pueblo, la de los derechos sociales, la que clama contra los poderosos, la que vela por la gente humilde, la que hace de la justicia su bandera y la que, llegado el momento, pierde. Y pierde y vuelve a perder y cada vez lo hace con más ahínco, como si esa fuera su vocación aunque guste de proclamar que, en verdad, España es de izquierdas. Así ha sido desde no hace ya poco tiempo. Da igual la marca. Comunistas, unidos, podemos o podemos todos juntos, llegados a la hora de la verdad, tras unos meses de esperanza, los votos se los llevan otros, justo esos a lo que la derrota de la izquierda les va a alimentar de manera bastante gustosa. No hay más que ver la sonrisa de Pedro Sánchez. Ahora sí que se sabe triunfador, con las manos libres para hacer lo que le venga en gana sin tener que pagar peajes de ningún tipo porque serán otros, los que le amenazaron con el sorpasso antaño, los que le van a costear su dulce camino hacia el poder.
Pablo Iglesias se ha quedado sin argumentos para tocar los cielos. El paraíso no es para el que no es capaz de asaltarlo en medio de los aplausos de la mayoría. Y aunque, llegados al caso, puedan tocar algo de poder, será porque Pedro Sánchez se considere tan soberano que no le importe mostrar su gracia a los que, sin remedio, acabarán por darle la aquiescencia que necesita.
Así están las cosas para el resignado Pablo. Cree que la derrota le hará más fuerte y que sí se puede asaltar los cielos. Pero la realidad es tozuda y su mensaje es más que claro: ha perdido la apuesta. A partir de ahora queda todo a expensas de su fe. Quién sabe, quizás Dios le eche una mano.
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