¿Está en peligro la democracia?
Antes, el poder era contrarrestado por los partidos de la oposición, los sindicatos, los empresarios o la prensa. Ahora, todo esto ha saltado por los aires
La crítica al funcionamiento de la democracia y, no digamos, a la labor de los políticos está al orden del día. Basta con mentar el ... tema en una conversación para que salte. No seré yo quien diga que no hay cosas mejorables en la práctica democrática de España, algunas de tanto calado como el método para la elección de los miembros de los órganos judiciales más importantes: Audiencia Nacional, Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional. Pero no afirmaré, como un dirigente sindical -ya en despedida- afirmaba rotundo hace días, que España no es democrática. Tampoco negaré (habría que ser ciego y sordo para negarlo) el bochorno de constatar las trifulcas entre muchos políticos que se sirven de argumentarios prefabricados por sus asesores para tirarse los trastos a la cabeza, en lenguaje barriobajero, sin importarles la veracidad de lo que afirman, preocupados por obtener votos y escaños. Seguir (un rato) una sesión del Parlamento, donde la brocha gorda y el insulto han aparcado la deliberación (aunque fuerte, fundamentada), hace años que me resulta ya insufrible y me produce vergüenza ajena. Poco me importa saber que esto no es privativo del Parlamento español. Cada país, en cada momento, tiene los dirigentes que se merece, pues los políticos surgen de su seno. Y si el político es el 'pim, pam, pum' de la gente, hay que confesar que, salvo héroes, salvapatrias o paniaguados, hay que tener mucha, pero mucha moral y fuerte caparazón mental y emocional (el político y su familia), para entrar en política.
De ahí la cuestión que más de una persona, concienciada e informada, se pregunte si la democracia no estará en peligro. Máxime cuando constatamos que los populismos y los nacionalismos de Estado de Francia, Gran Bretaña, Italia, España, Alemania... (los periféricos, como el vasco no cuentan en esta guerra) están en auge por toda Europa, asfixiados en defensa de su pretendida soberanía.
Pero, ¿por qué se critica tanto a la democracia y a los políticos? Por un lado, los ciudadanos esperan del poder que tome decisiones eficaces que afecten positivamente a su vida diaria, a las cosas de comer: sus salarios, vacaciones, su sanidad, la escuela de sus hijos y nietos... Pero más allá de que es imposible adoptar decisiones a gusto de todos, sin embargo, todos entienden que esas decisiones, que a menudo no son consultadas, vienen «de arriba», las toman «los de siempre», los que «detentan el poder» (la crítica a las élites emerge en el actual constructo social como forma de poder considerado, a menudo y con razón, como engreído, vanidoso y orgulloso en su ejercicio). De ahí que muchos politólogos defienden y propugnan una horizontalidad organizada del poder que sea capaz de hacer llegar sus propuestas al poder, no solamente sus reproches, e incluso ejercer un contrapoder. Durante mucho tiempo esto fue asegurado por los partidos de oposición, los sindicatos, empresarios y grupos intermediarios como la prensa, las universidades y hasta la Iglesia; sin olvidar la presión de la calle en más de un caso. Todo esto ha saltado por los aires y estos cuerpos intermediarios han perdido credibilidad en la sociedad.
Pero no sirve la horizontalidad que se da en las redes sociales. Es no solamente anómica, en el sentido de que no se somete a la ley de ninguna organización, sino que además puede tener objetivos del todo punto dispares. Esta situación, que Marcel Gauchet denomina «anomia democrática» origina conflictos sin fin que el poder, por muy democrático que sea, se ve incapaz de resolver. Ejemplos de ello son los casos de la huelga en la enseñanza concertada en Euskadi, el de las oposiciones en Osakidetza, el de las pensiones, el conflicto de los taxis con los VTC, o el de los chalecos amarillos en Francia, estos dos últimos con violencia incluida, que exigen tratamiento propio.
Pero, siguiendo a Churchill cuando afirmó que la democracia era el peor de los sistemas de gobierno a excepción de todos los demás, sostengo, además, que las alternativas que se propugnan veo difícil que acaben imponiéndose. Porque son más políticas de protesta que de creación, porque todavía nos queda el recuerdo (vivo o transmitido por las generaciones anteriores) de lo que fueron las dictaduras, porque entre los jóvenes el espíritu de mejora (en la lucha climática, por ejemplo) es superior en número y profundidad, pero ¡ay!, no en exposición mediática, que la de los ultras, neonazis y similares.
Lo hemos comprobado este viernes 15 pasado. Más de un millón de jóvenes, en 200 ciudades de 125 países del mundo entero se han movilizado para concienciar a la población sobre el cambio climático y exigir medidas a los dirigentes. Cedo la palabra a este estudiante de 15 años, uno de los portavoces del movimiento Fridays for Future (Viernes para el futuro) que dice esto: «La situación a la que nos enfrentamos hoy es única. Somos la última generación en tener una posibilidad realista de prevenir una catástrofe climática». Mencionando el último Informe del grupo de expertos intergubernamental sobre la evolución del clima, añade el mismo joven, «tenemos menos de doce años para llevar a cabo los cambios necesarios, pero disponemos de los medios para ello». Gracias chaval. ¿Les dejaremos solos?
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