Maneras de salir
Furgón de cola ·
Todavía la ciencia ficción no estaba tanto en el confinamiento como en su salidaPablo Martínez Zarracina
Lunes, 6 de abril 2020, 02:37
El origen mismo de la epidemiología es un mapa lleno de datos personales. Detrás de él estuvo un anestesista inglés llamado John Snow (sí, a ... mí también me suena) que, en una de las epidemias de cólera que asolaron Londres a mediados del XIX, sospechó que la transmisión de aquel mal llegado de India no se daba, como se suponía, por el aire. Snow trazó mapas, situó en ellos a los muertos por la enfermedad y estableció sus rutinas, descubriendo patrones reveladores. Por ejemplo, nadie moría de cólera en el manicomio de Bethlem, pero en los alrededores se multiplicaban las bajas. Aquello le confirmó que la clave no estaba en el aire, sino en el agua: el manicomio se abastecía de un pozo privado mientras los barrios circundantes lo hacían con pozos públicos en los que se estaba celebrando, eso se supo después, los sanfermines de las bacterias fecales.
En Italia, nuestro futuro, se habla de asegurar que las personas mayores siguen en casa y de habilitar un salvoconducto que permita circular a quien haya desarrollado defensas contra el coronavirus. En su intervención del sábado, Pedro Sánchez se refirió más de lo habitual a los tecnólogos. No pudo ser casual cuando se piensa en el modo de salir del confinamiento. Se intuye que eso puede hacerse con el máximo control o con el máximo fiasco. Que todo ciudadano tenga hoy un asombroso instrumento de control en el bolsillo nos sitúa en un lugar particular. La geolocalización universal debe de ser la panacea del epidemiólogo. También es un asunto peliagudo en términos de privacidad y libertades.
Por otro lado, lo que hasta ahora llamamos disciplina social tiene también algo de obediencia; se engrasa, por tanto, con temor. Pueden apostar a que, a medida que el miedo al contagio o a la catástrofe desconocida vaya evaporándose, la población se volverá menos disciplinada. No ayudará la confusión, cosas como que los test sigan siendo seres de ficción mientras las mascarillas son «fundamentales» e inencontrables al mismo tiempo. Si la información debe ser sólida y efectiva, debe serlo en ambas direcciones. Con ella, se nos dice, se vence a la epidemia. Con el relato, que es solo ruido y apariencia, apenas se ganan las elecciones.
BALMASEDA
Sin ramos
Balmaseda es un pueblo famoso por su Pasión Viviente y ayer, Domingo de Ramos, el párroco salió a la calle con casulla y altavoz a bendecir las palmas de los balcones. Hasta que llegó la Ertzaintza. Y mandó parar. Solo faltó el alcalde para que aquello fuese un Guareschi: Don Camilo y Peppone llamándose virus el uno al otro. Las normas, claro, son para todos. Y deben cumplirse con pulcritud en circunstancias excepcionales. Porque hay gente que no tiene remedio y porque hay gente que tiene buena intención. Cuidado con los segundos. Imaginen la que se organiza en Sevilla si sale un puñadito de cofrades a sacar una virgen, solo una, para dar una vueltita solo a la manzana. A los diez minutos está el Ejército en Triana reduciendo a miles de nazarenos. Que no digo yo que me gustase ver algo así en estos días monótonos y mustios. Aunque igual me gustaría un poco. Bueno, bastante. Muchísimo. Vaya que sí.
NUEVA ZELANDA
Caridad relativa
El sábado un tipo se grabó a sí mismo tosiendo y estornudando aparatosamente encima de los clientes de un supermercado de Christchurch. Era una broma pesada. Un juez va a decidir si de paso es también «altercado criminal». Ayer, al elogiar el comportamiento general de sus compatriotas, Jacinda Arden, primera ministra de Nueva Zelanda e ídola súbita, anotó la existencia de «algunos a los que caritativamente podría definir como idiotas». Tras recordar el caso del tosedor del supermercado, añadió: «Le incluyo a él en esta descripción».
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