¡Malditas fiestas!
Eso piensa un creciente sector de vecinos de pueblos turísticos acerca de la deriva que vienen experimentando sus festejos estivales. Esas festividades en honor a ... sus santos patronos, otrora distinguidas por su encanto, tipismo y fidelidad a las tradiciones locales, se han vulgarizado hasta el extremo; resultando cada vez más difícil distinguirlas unas de otras. El desenfreno masivo, continuado, y a casi todas horas, llega a acumular tal cantidad de molestias para los residentes, que provoca la creciente huida del sector de vecinos más hartos de 'sus fiestas'. Y quienes no pueden partir se quedan con la sensación de que su entorno cotidiano ha quedado sometido a una especie de secuestro multitudinario. Un periodo durante el cual las normas de convivencia quedan tácitamente en suspenso, y cualquiera puede hacer de todo a la vista de todos; a costa de que los vecinos no puedan dormir ni pasear tranquilamente.
Los más irritados con esta situación son las personas mayores que tienen peor salud y menos recursos económicos, pues son quienes tienen más difícil poder irse de viaje durante las fiestas. Especialmente aquellos que residen en pisos de renta antigua de los cascos viejos de las localidades, pues allí se concentran los recintos festivos con música a todo volumen hasta bien entrada la noche. Esas personas pueden tener movilidad reducida y no disponer de acompañantes ni de dinero para ahorrarse el mal trago. No solamente no pueden dormir a causa de la música atronadora y los gritos, también tienen complicado salir a la calle con seguridad. Pues durante muchas horas hay una gran aglomeración de personas en la vía pública, siendo numerosos los individuos que -borrachos o drogados- deambulan de forma errática, produciéndose incidentes.
El pavimento suele estar también resbaladizo por la cantidad de bebidas vertidas, papeles mojados, botellas... No solo está asqueroso y pringoso, también resulta complicado desplazarse con seguridad si la persona tiene poca agilidad. Por ello muchos se encierran esos días en sus casas, solo saliendo de mañana a buscar el pan y los alimentos frescos; días antes ya se habían provisto en la farmacia de los indispensables tapones para los oídos, y de somníferos.
Las habituales normas de convivencia cívica quedan anuladas de facto mientras dura el desenfreno. Así, resulta habitual encontrarse a personas haciendo sus necesidades fisiológicas, dormir o incluso practicar el sexo en lugares públicos. En un ambiente de exagerada desinhibición colectiva algunos individuos tratan de mantener relaciones sexuales a toda costa, realizando tocamientos y aprovechándose de la poca consciencia de otras personas que han abusado del alcohol o las drogas. Por mucho que se insista en la televisión y se despliegue personal de orden público y protección civil, se imponen las dinámicas de estas masas de personas con sus facultades alteradas por ingerir tantos estimulantes y escuchar música agresiva a todo volumen. Todo el ambiente anima a la falta de respeto al semejante, pues los argumentos racionales se dejaron en casa al salir de fiesta. El 'vale todo' y el 'porque me da la gana' son los pilares ideológicos de las actuales fiestas estivales.
Antes, las personas se vestían elegantemente de fiesta, cuidando un vestuario que a menudo recogía las tradiciones locales y había sido heredado de familiares. Actualmente la vestimenta es casi siempre mínima y provocadoramente 'estimulante' a la mirada; pues para llamar la atención se opta por enseñar la mayor carne posible. El cóctel de drogas y/o alcohol, desinhibición masiva y vestuarios estimulantes facilita que se produzcan vulneraciones de los derechos de las personas.
Por otra parte, la enorme cantidad de ruido y suciedad que van inevitablemente asociadas a estas fiestas estivales viene espantando al turismo habitual. Me refiero a los visitantes que no molestan al vecindario y se dejan dinero en la localidad: quienes pagan un hotel o apartamento, comen en restaurantes y bares, y visitan monumentos, participando en actividades de turismo activo. A esas personas no les gusta ver el espectáculo de tanta gente intoxicada (que puede acabar protagonizando incidentes que les impliquen a ellos), pretenden dormir por la noche para hacer las actividades la mañana siguiente y les desagrada el nivel de suciedad que lo invade todo durante esos días. En cambio, los que vienen a protagonizar el desenfreno suelen traerse su propio alcohol y drogas, comprando los refrescos y los bocadillos; y, si duermen, lo hacen en casas de amigos o al raso.
Los responsables de los ayuntamientos deberían recordar que los residentes son los que votan, y que están cada vez más hartos de lo que se convierte la localidad por unos días. También deberían hacer cuentas: cuánto dinero recauda el Ayuntamiento con casetas y barras, cuánto empleo ilegal hay esos días, los gastos extraordinarios de seguridad y limpieza, cuántas consumiciones son de 'botellón' (y solo generan basura)… Y estimar los ingresos 'con IVA' de visitantes que se dejan de ingresar en los locales que pagan impuestos todo el año.
Finalmente, lo más importante debería ser evitar a las jóvenes el imborrable trauma de ser objeto de una agresión física y sexual ¿Cuánto vale una vida destrozada por una violación? Todo tiene un límite, incluso en fiestas. No es cierto que una persona intoxicada se divierta más que una consciente; una cosa es animarse y otra abandonarse a unos instintos desatados adrede. Aprendamos a ser civilizados para que las fiestas lo sean para todos; no a costa de muchos vecinos.
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