Juego de espejos entre nacionalistas
Cuesta entender que una nacionalista española como Cayetana Álvarez de Toledo pueda pensar que tiene más razones históricas que un nacionalista vasco
La enésima polémica provocada por Cayetana Álvarez de Toledo ha puesto nuevamente de relieve el problema que tienen los nacionalistas españoles para distinguir entre patriotismo ... y nacionalismo. Dicha diputada es un ejemplo de quienes se atreven a juzgar el patriotismo de los demás y de quienes tachan de 'nacionalistas' a quienes tienen una actitud y unos argumentarios prácticamente idénticos a los suyos, pero en sentido opuesto y desde una base territorial más pequeña. Estos nacionalistas-centralistas representan el bíblico defecto de ver la espiga en el ojo ajeno y dejar de ver la viga en el propio. Un grupo que requiere de otros nacionalistas para existir, pues los nacionalismos se retroalimentan mutuamente generando una dinámica de acción-reacción a la que el exparlamentario batasuno Francisco Letamendia 'Ortzi' dedicó una tesis doctoral, publicada con el revelador título 'Juego de espejos' (Trotta 1997).
Comienzo con el empleo como descalificativo del término 'nacionalista', una práctica sustentada en el actual descrédito de las ideologías nacionalistas. Desde que el nacionalismo surgió en EE UU en el siglo XVIII, se fue convirtiendo en una especie de imperialismo republicano, empleándose como la principal excusa para invadir pueblos vecinos y reprimir a las minorías del propio Estado. En la mente de todos está el recuerdo de las decenas de millones de víctimas provocadas por los nacionalismos alemán, japonés y ruso y el genocidio de los armenios por los nacionalistas turcos. Muy presente sigue en España la represión de los franquistas a los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos. Por ello, para cualquiera que sepa Historia internacional, el que te llamen nacionalista puede interpretarse como un insulto. Sin embargo, tenemos a nacionalistas exaltados dirigiendo países tan importantes como EE UU, Rusia, Reino Unido, Venezuela, Brasil, Filipinas, Hungría o Polonia. Dichos líderes nacionalistas están intentando avasallar a todos los contrapoderes interiores, dedicándose en el ámbito exterior a una nueva versión de las políticas mercantilistas de los siglos XVIII y XIX (el nacionalismo económico, contrario a la libertad de comercio).
Un segundo asunto es el desdén con el que los nacionalistas -sean 'españolistas' o 'vasquistas'- tratan a quienes no piensan como ellos; entre estos, a los patriotas. Para diferenciar entre nacionalistas y patriotas empleo el símil de fútbol profesional. Éste comparte con el nacionalismo el fanatismo y la irracionalidad. El fútbol es un espectáculo que tribaliza a las personas a nivel global generando millones de forofos de equipos situados en otros continentes, a cuyos estadios nunca se ha asistido y cuyas lenguas e historias se desconoce. Al estilo de la película 'Rollerball' (1975), el deporte de masas puede fanatizar incluso más que el nacionalismo, convirtiendo a los deportistas en líderes políticos. El nacionalista es al patriota lo que el forofo es al aficionado; el nacionalista y el forofo exigen un compromiso total y exclusivo, en tanto que el patriota puede tener varios referentes afectivos y el aficionado puede apoyar a más de un equipo. Solo cuando se produce un enfrentamiento entre los amores del patriota y del aficionado, estos eligen entre uno de sus estos, posicionamiento que nunca implica el aniquilamiento del otro. Al nacionalista lo asocio también al concepto francés del 'gourmand' -el glotón, que más que masticar, traga- en tanto que el patriota lo entiendo como un 'gourmet' -quien entiende de gastronomía y disfruta paladeando-. La diferencia está en la intensidad y la exclusividad de la identificación afectiva.
Otro reto de doña Cayetana y demás nacionalistas centralistas es superar su déficit en Historia de España. Cuesta entender que un nacionalista español pueda pensar que tiene más razones históricas que un nacionalista vasco. Pretender que España es una nación y que Euskal Herria no lo es. Esto implica negarle el carácter nacional a un colectivo humano que lleva más de mil años asentado en un mismo territorio y que ha mantenido una insólita homogeneidad étnica hasta bien entrado el siglo XIX. Gentes con una lengua que ha resistido sin cooficialidad la presión de dos de los idiomas más utilizados del mundo. Un grupo que desde el medioevo cuenta con unas instituciones propias y un derecho civil. Cuestión aparte es que nunca ha contado con una estructura estatal (como sí las tuvieron Galicia y Navarra). Pero en el mundo hay cientos de naciones que carecen de Estado.
En sentido opuesto, produce risa que los nacionalistas vascos o catalanes eludan el empleo de la palabras España o Francia, como si por no pronunciarlas dejasen de existir esas naciones. Son estados y también son naciones. Del mismo modo que Rusia, China o India -que contienen decenas de pueblos milenarios- son naciones. Pero como todos los nacionalistas entienden que solo se puede amar a una patria; niegan la existencia de otras naciones que compartan territorio y población con la suya. El juego de espejos consistiría en: 'como nosotros los vascos somos un pueblo milenario, anterior al vuestro, y ocupamos antes este territorio, pues vosotros ya no lo sois'. Y la respuesta: 'como España se constituyó en estado-nación antes de que se le ocurriera a los hermanos Arana, pues vosotros no sois nación'. Algo así como aquel 'me pido primer' que dicen los niños en el patio. Y es que a menudo, algunos de nuestros políticos parecen niños…
La gente está harta de que le traten de crispar con cuestiones identitarias. Un asunto que los políticos deberían tratar con más precaución. Hoy en día los medios de comunicación y las facilidades para viajar ofrecen a una mayoría de los ciudadanos la posibilidad de integrarse en los más variados colectivos, identificándose e interactuando con toda clase de personas, en muchas partes del mundo y sobre todo tipo de temas. Por eso suena a broma su machaconeo con el cambiante y esquivo concepto de nación. Cualquier persona puede tener tantas patrias como quiera; pues la patria es una especie de gran hogar integrador y comprensivo; lo opuesto a una secta. Los sectarios son algunos políticos.
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