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Jose Ibarrola

Los huecos del aire

Domingo, 18 de noviembre 2018, 00:47

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Ocupar el vacío tampoco debe de ser tarea fácil, aunque haya más sitio que candidatos. Estamos tratando de rellenarlo, pero cada uno lo entendemos a nuestra manera, salvo los que han decidido no entender nada. La encrucijada española, que ya Gerald Brenan creía que era un laberinto, sigue sumando desafectos. Todos los políticos aspiran a promover sus soluciones, pero ninguno cree que sea válida. Algunos le llaman a eso, que no tiene nombre, «demagogia antieuropea», y otros puro egoísmo. Depende de dónde se encuentren sus intereses, ya que no hay ninguno que sea desinteresado.

Me contaban los viejos ateneístas que cuando Ortega y Gasset entraba en el docto recinto, alguien decía «ahí viene la masa encefálica». Ese desprecio a la inteligencia se ha mantenido no sólo vivo, sino creciente. Cuando Juan Ramón Jiménez, que no sólo era grande sino inconmensurable, le pedía a la inteligencia que le diera «el nombre exacto de las cosas».

Las paredes hablan pero no oyen, que no es lo mismo que escuchar. Lo que algunos, más optimistas recalcitrantes, llamamos 'la voz del pueblo' es difícilmente audible porque los políticos hablan todos a la vez y el llamado 'populismo eurófobo' acapara toda la atención, incluida la de los más desatentos. No hay salvaciones individuales, aunque haya más salvavidas que vidas que salvar. Europa es nuestro destino y los fatalistas lo aceptamos porque es la vía única, aunque lo transiten personas que no nos gustaría ver más que de lejos. De muy lejos.

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