La hora de los profetas
Es el tiempo de los profetas. Adivina adivinanza, la hora de los audaces ha llegado. ¿Quién ganará el 28 de abril? Adelante con las apuestas, ... no se acobarden pues en el fondo la cosa no es tan complicada como parece. Pocas veces las opciones políticas han quedado reducidas a cuatro simples palabras: ridículo, miedo, gesto y ausencia.
Ridículo es la palabra que mejor combina con el discurso de Pablo Casado y sus acólitos del Partido Popular. Sólo un inconsciente proclamaría a los cuatro vientos que dicho partido es el ideal para regenerar España. Más de un centenar de casos de corrupción, la responsabilidad en el empobrecimiento progresivo de la clase media española, el derrumbe de los servicios sociales, la depauperación de la sanidad y de la educación y las sospechas sobre la creación de una policía política con el ínclito Villarejo a la cabeza, configuran por sí solas -que no es poco-, una losa de tal magnitud que de poco ha de valerle al candidato popular su verborrea incendiaria a no ser, claro está, para hacer el ridículo.
Miedo es la palabra que sustenta las propuestas de Vox. Miedo a la invasión, a lo distinto, a la pérdida de la identidad, a la inseguridad, a la periferia, a la diversidad. Es el partido del orden, de la disciplina. En una palabra, Vox es la reconquista, el movimiento que ha hecho dudar, incluso, a la clase trabajadora pues su verbo es tan fácil y simple que basta con buscar culpables para focalizar en ellos toda la responsabilidad sobre los males que nos aquejan sin esforzarnos por pensar lo más mínimo.
El gesto lo pone Pedro Sánchez y el PSOE, partido ahora de su propiedad ganado a pulso. Hábil luchador, infatigable, incombustible, nunca se ha dado por vencido. Sabedor de sus posibilidades ha hecho pivotar toda su estancia en el gobierno en gestos cargados de un izquierdismo, pelín infantil pero con altas dosis de efectividad. A estas alturas, Pedro Sánchez no concibe ya la derrota. Hará del PSOE, una vez más, un partido de élite a expensas de lo que las matemáticas le dicten. Asignatura ésta que, por cierto, tampoco se le ha dado mal nunca. Verán ustedes cómo le cuadran los números esta vez.
Y, por último, la ausencia. Es lo que toca al ala izquierda de la política española. Enferma de una endogamia mal entendida -nunca hizo bien a la izquierda tanta democracia interna-, deambula con el puño en alto mientras ve que su discurso es demasiado elevado, alto intelectualmente, para un electorado que mira a Pedro Sánchez como el verdadero mesías de la siniestra. Han perdido fuelle, se han quedado por el camino.
Y de lo que queda, Rivera incluido, pues inclúyanlo también en sus apuestas. Sin pereza. El tiempo de los profetas ha llegado.
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