Hermano mayor
Va a costar hacer por primera vez en cuarenta años de democracia un gobierno de coalición. Y mira que los de las derechas se lo ... ponen fácil a los de las izquierdas: sus apocalípticos discursos no les dejan otra opción que entenderse. De manera que cuando uno se sumerge en el rifirrafe entre Sánchez e Iglesias se olvida al rato de que también aquellas existen, a la vez que el trozo de país que representan. Quizás ahí radique la difícil relación entre los dos líderes progresistas. Iglesias se maneja como si esa casi mitad de país hubiera desaparecido ya; a Sánchez también le agrada ese sueño, pero sabe que no es real. Sabe al menos tres cosas al respecto: una, que tiene que seguir creciendo en el futuro rebañando también en el campo liberal-conservador, y que no los puede mandar a los leones; dos, que cualquier cambio profundo en la naturaleza del país acabará necesitando los votos de parte de esas derechas; y tres, sospecha que el abrazo de su izquierda no es leal y por eso necesita siempre mantener de pie algo enfrente donde agarrarse. Es lo que históricamente ha distinguido a la izquierda socialista de la comunista, a la izquierda de la extrema izquierda, al hermano mayor del hermano pequeño.
El hermano mayor no se fía del pequeño y le amenaza con el coco si no le guarda respeto. El menor tiene un pedir que parece que da: le invita a compartir proyecto político después de recordarle todas y cada una de sus miserias. Iglesias siempre se ha dirigido así al PSOE porque forma parte de su naturaleza política. Por eso Jaume Asens, de En Comú Podem, en un magnífico discurso, ha demandado a Sánchez sentido de la oportunidad histórica -el hermano chico es adanista por naturaleza: con él empieza el mundo-, de la responsabilidad -solo es cosa de los socialistas perder esta ocasión de cambiarlo todo- y de la institucionalidad, apelando ahí a su experiencia como teniente de alcalde en el gobierno municipal de Ada Colau. Pedro Sánchez no ha querido hacer sangre y utilizarlo como metáfora: este notable orador no tiene recelo en ser presentado como soberanista, y la explicación de la situación catalana que dio en la Cámara confirma su intención de acaparar, como dijo en campaña, el voto del independentismo sensato.
De eso va. En eso es en lo que está pensando el hermano mayor, aunque no lo dice abiertamente. No es que crea, como las derechas, que el país va a saltar por los aires metiendo a ese personal en el Consejo de Ministros. Pero sí que duda de la estabilidad de este, de su gobernabilidad, de la lealtad para asumir personalmente las decisiones de un órgano colegiado, de las tensiones que producen los entusiasmos desmedidos. Y no se fía, aunque su hermanito le jure ante notario que será bueno. Pero no hay otra. Eso o elecciones y la amenaza futura de que gobierne el tripartito reaccionario.
Hay que suponer que lo de ayer no fue sino un requiebro más en esa endiablada negociación que se traen. También, unas respectivas representaciones por si la cosa descarrila, una explicación para cada una de las clientelas, uno haciendo de hermano mayor y otro del chico. Un debate que escenificara solo lo mucho que los separa para hacer así más épico el momento en que se junten. Pero a veces las cosas no son sino lo que parecen, aunque siempre preferimos creer que son tan listos que se guardan un as en la manga. El mismo as, los dos.
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