El fuelle hermoso del acordeón
Me sentí abducido por el fútbol colectivo del Leipzig, equipo de autor capaz de facturar jugadas entre seis tipos a uno o dos toques por todo el frente de ataque
Lo reconozco y no me he considerado un pelota en toda mi vida. Y a mucha honra para que conste en acta, señoría. Nada más pitar el árbitro el justo penalti por derribo clamoroso a Joao Félix le envié un 'wasap' a mi superior de Deportes, un tipo que sabe de fútbol hasta el segundo palo y más allá. «Pues a mí me fascina el juego del Leipzig». Cierto. Llevaba más de una hora abducido por un equipo al que no le echaba cuentas, tal vez porque la historia y el presente a veces desafinan. El firmante, avergonzado desconocedor de las virtudes del club germano-oriental, admiraba sin vivir en sí mismo. Casi por primera vez -y matizo porque hasta he disfrutado de ciento en cuando encuentros con la gafa de dos lentes (0-0)- entendí que el balompié puede resultar verdaderamente hermoso sin apenas ocasiones de gol.
Ocurre cuando un grupo, el de la camiseta blanca y el pantalón rojo que se enfrentó la noche de anteayer al Atlético de Madrid, despliega el fuelle bello y acompasado del acordeón. Abrir y cerrar según los cánones de la lógica. O del bandoneón si quieren ponerse exquisitos en modo austral al otro lado del Atlántico. Cinco, seis y hasta siete tipos vestidos de la misma manera sin abusar de la pelota, máximo uno o dos toques, por lo que ha dado en llamarse todo el frente del ataque. De un extremo a la otra banda, santificando el rondo, el ofrecimiento al compañero, la beatificación de los espacios y la apertura de ese escenario que conocemos como césped. Siguiendo la retransmisión televisiva se me atornilló en los huesos parietales el comentario concreto de Jorge Valdano, 'uno de los nuestros' para quienes peinamos las canas de la memoria albiazul. «Ese acaba de dar tres toques, me temo que lo van a multar». Definición perfecta de un bloque que se mueve con la armonía de una orquesta sinfónica ante un escenario desgraciadamente vacío en este deporte de los tiempos de la pandemia.
Además de sacar cada pelota con sentido, el jovencísimo central Upamecano se permite el lujo de driblar en zonas minadas
Vaya por delante, letrado, que el firmante no mantiene pendencia alguna con el cuadro colchonero. Es más, le atribuía el cartel de favorito continental por la parte del cuadro que transitaba -hay que ver cuánto de atrevida es la ignorancia- y esa especie de frase fetiche por la que la Champions le debe una al Atlético. Sobre todo tras el testarazo de Sergio Ramos en aquellos minutos portugueses de la agonía. Compromisos de cuartos como el de la fiebre del jueves noche sirven para sellar con cinta aislante los labios temerarios de los 'bocachanclas'. Entre los que, comprobado lo visto, me hallo. Entono el 'mea culpa' con la voz gutural grave que me caracteriza. Y perdonen el chiste fácil sobre la publicidad del cuadro teutón. Las dos cabezas de toros que amenazan con cornearse le procuran, verdaderamente, alas. Pero muy por encima del poderío físico desplegado, el Leipzig mostró un fútbol electivo de alta escuela y se reivindicó como un equipo de 'autor'.
¿Quién? El joven técnico que lo adiestra, un tal Nagelsmann. Y de manera excelsa, por cierto. Qué claridad de ideas, qué ocupación de los huecos, qué apoyos en corto, cuántas asociaciones y paredes. Ignoro si me estoy pasando pero, en serio lo escribo, una maravilla. Y con este empeño que nos asalta de simplificar lo complejo, permitan que apunte a un central específico. Con la saliva colgando me dejó Upamecano, un chico muy joven (21 añitos) que lejos de conformarse con sacar cada pelota jugada se permitía el lujo de driblar en las zonas minadas. Toros rojos, fútbol divino.