Euskadi-Cataluña: entre la emoción y la emulación
La suma de factores emocionales, jurídicos y políticos que se entremezclan en el catártico desarrollo de la realidad catalana permite extraer interesantes lecciones en su ... potencial proyección hacia Euskadi y su futuro. Cataluña y todo lo que rodea política y jurídicamente a los acontecimientos que lleva ya largos meses viviendo la sociedad catalana despierta sentimientos que muchas veces nublan la reflexión serena. Con frecuencia se desborda, y es comprensible, la emoción. Parece claro que lo que la política ha sido incapaz de resolver no lo va a solucionar ahora el Derecho, y menos el Código Penal. La iniciación de esta vía penal supuso que se enturbiaran más aun unas aguas que bajan llenas de tensión acumulada y de sentimientos encontrados. Las derivadas judiciales nunca resolverán el problema político; al contrario, lo agravarán.
Por todo ello, muchos vascos convergen en lo emocional con Cataluña. ¿Y en lo político? ¿Existe realmente una vocación de emulación de los pasos seguidos desde Cataluña? La sociedad vasca no está, en una gran mayoría, a favor de una vía unilateral y de ruptura. ¿Son sentimientos contradictorios? Creo que no: uno se guía por la emoción, otro por la razón. Es posible mostrar sincera empatía emocional desde la divergencia política. Es cierto que frente a la efervescente y épica apelación a la noción de independencia el término 'autogobierno' no goza en apariencia de tan buena salud discursiva y emocional. Esta segunda vía postula sin estridencias pero con pragmatismo la necesidad de pautar cada avance sobre bases sólidas, propone ensanchar el ámbito de adhesión ciudadana desde planteamientos alejados del glamur discursivo de la ruptura, aglutinando un discurso integrador anclado en la idea de cohesión social.
Con todo el respeto personal a otros planteamientos, creo que sería un tremendo error secundar desde Euskadi esta vía tanto en la dimensión política como en la social y en la jurídica, porque es, además de poco deseable, inviable. Quizás alguien esté pensando en que un escenario posible (y deseable) es una Euskadi catalanizada, pensando que para el Estado español las cosas se pueden complicar muchísimo (en beneficio de quien así piensa) si en vez de un problema tienen dos. Si algo caracteriza los complejos problemas de nuestro tiempo es que no hay soluciones perfectas. Por ello debe implantarse una hasta ahora ausente política anclada en el diálogo. Negociar y llegar a acuerdos es algo tan tangible como valioso. Sentarse a negociar supone dialogar, conlleva el reconocimiento del otro, implica tratar de comprender sus argumentos, supone confrontar los intereses en presencia. Negociar supone además, y al margen del resultado final, un acto de respeto. Implica, además, asumir que nada en la vida debería ser unilateral. Por eso la concordia sólo es posible cuando las partes aceptan convivir bajo acuerdos con los que todos los involucrados tienen un nivel, de aceptación. Nadie ostenta la verdad ni la razón absoluta. Tenemos que hacer un gran esfuerzo para que la concordia y el sentido común vuelvan a presidir el ejercicio de la política.
No admitir la necesidad de avanzar pautadamente conduce al final al inmovilismo en las aspiraciones políticas. El debate no debe ser reformismo frente a ruptura del modelo. Queda muy bien para el discurso populista de arengar a las bases, pero no es creíble en términos de realismo y de responsabilidad política. Mostrar solidaridad y empatía con Cataluña o apoyar que la solución pase por la consulta pactada a la ciudadanía como la forma de resolver democráticamente un problema político pudiera parecer incompatible, pero no lo es, con afirmar que la invocación del principio democrático no ampara ni da cobertura de forma ilimitada a todas las decisiones adoptadas de forma unilateral por los rectores de la política catalana.
Esto vale para una sociedad como la catalana que se caracteriza por una fuerte personalidad y, al mismo tiempo, por un intenso pluralismo interno en cuanto a sensibilidades políticas, territorialidad e identificaciones. El respeto a la voluntad de la ciudadanía podría convertirse en una fórmula útil para orientar las decisiones políticas que necesita Cataluña. ¿Cuál podría ser la base que permitiera resetear y volver a empezar para trabajar en la recuperación de la paz social, la concordia y el sentido común? Una consulta popular legal y pactada.
Frente a demonizaciones y estigmatizaciones apriorísticas, y como muy oportunamente señaló el juez Miguel Pasquau Liaño, un referéndum con garantías querido por una gran mayoría de un territorio como Cataluña no es en absoluto una fórmula ni aberrante ni insólita para solventar de la forma más democrática posible un debate social y político que permanece enquistado. Si se lograra un gran apoyo social a la reivindicación de independencia, si eso es lo que deseara una gran mayoría social clara en Cataluña no habrá norma jurídica que impida la materialización o conclusión fáctica del proceso de independencia. Aquí radica el verdadero reto, en lograr ese gran apoyo social que consolide el proyecto independentista.
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