Estado independizador
A los nacionalismos catalán y vasco les empieza a resultar más efectivo exhibir personalidades sin pedigrí nacionalista
Pedro José Chacón
Sábado, 30 de septiembre 2017, 01:09
Muchos piensan, y con razón, que vivimos en un Estado perfectamente equiparable en cuanto a democracia y derechos a cualquier otro que se precie y ... que, como en ninguno de esos estados se permite que una parte del mismo decida por su cuenta si se va o si se queda, pues lo mismo aquí. Pero cuidado: el que no se permita eso en ninguna parte no debiera autorizarnos a pensar que nuestro país no vaya a ser el primero en el que eso ocurra. Y por lo que vamos a ver, lleva todas las trazas de serlo.
El punto de desafío al que han llegado las relaciones entre un Govern completamente abocado a realizar el referéndum y un Gobierno de España a evitarlo es de tal gravedad para el futuro de este país que convendría que tuviéramos todos los elementos de análisis sobre la mesa. Los que tachan al Ejecutivo de Rajoy como fábrica de independentistas lo hacen recurriendo a un lema aprovechable para la refriega política. Pero se quedan cortos, la cosa va mucho más allá: es el propio Estado español desde el momento en el que surgieron los nacionalismos el que actúa como un ejemplo único de Estado independizador, o sea, favorecedor absoluto de los procesos nacionalistas. Porque tanto en Cataluña como en Euskadi, más allá de respetarse los resultados electorales -como no podría ser de otro modo-, se ha consentido por sistema que dichos nacionalismos se erijan en monopolizadores políticos de sus territorios respectivos, hasta el punto de postular una nación vasca o catalana pasando por encima de quienes no se sienten parte de ellas.
¿Para qué quieren Estado propio los nacionalismos catalán y vasco? Está claro: para nacionalizar más y mejor a sus poblaciones respectivas. ¿Y por qué el Estado en España no hace lo mismo para sí, al menos con quienes no forman parte de los ‘pueblos elegidos’ que integran el proyecto original de esos nacionalismos? Porque creía que así acomodaba mejor a todas las identidades. Pero el resultado ha sido otro: los nacionalismos catalán y vasco han llegado a tal punto de maduración que ni siquiera necesitan argumentar en términos etnicistas sus propósitos.
Lo vemos con el tema de la lengua. En la ley catalana de transitoriedad del 7 de septiembre, el país independiente que proponen contaría con tres lenguas oficiales: el castellano, el catalán y el occitano, este último por el valle de Arán. Es lo mismo que ya recogía el Estatut, todavía vigente, y cuya aprobación y lamentable proceso de reforma posterior está en el origen de la actual discordia. Pero lo trascendente aquí es que los propios nacionalistas catalanes no estiman que su única lengua oficial debiera ser el catalán. Y ello es así porque han tenido en cuenta a un gran colectivo de independentistas que no consideran que tengan que desprenderse de su lengua materna -el castellano- para optar a la independencia. Estos ‘indepes’ son los que se articulan en el colectivo Súmate, integrado por inmigrantes o descendientes de inmigrantes en Cataluña partidarios de la independencia y de la defensa de su cultura originaria. Ahí están su presidente Gabriel Reyes, que ocupa escaño por Junts pel Sí en el Parlament; Gabriel Rufián, el mediático coportavoz de ERC en el Congreso; o Antonio Baños, carismático dirigente de la CUP.
Que los dirigentes nacionalistas hayan convenido en mantener la oficialidad del castellano junto con la del catalán, en contra de las directrices de un colectivo tan influyente como el Grup Koiné, integrado por lingüistas y escritores partidarios acérrimos del catalán como única lengua oficial, lo que significa -más allá de los tacticismos del ‘procés’ y del absoluto predominio ideológico de los nacionalismos- es que el Estado español renunció a actuar como agente nacionalizador en dichos territorios, dejando a su suerte a quienes no forman parte definidora o constitutiva original de las naciones catalana o vasca.
Es por ello que el colectivo castellanoparlante de independentistas ni siquiera necesita presentarse con un programa ideológico elaborado: es la independencia respecto de España por sí sola la que les hará a estos hijos de inmigrantes más felices y mejores en una Cataluña independiente. Y lo mismo ocurre en Euskadi, solo que aquí no tenemos un colectivo como Súmate, ya que los descendientes de inmigrantes de Allendelebro no se han organizado como minoría influyente ni reivindican su cultura originaria. Todo lo contrario, muchos de ellos ejercen de agentes muy activos de la euskaldunización y están muy presentes en los partidos abertzales, hasta el punto de que un Rodríguez Torres -Arkaitz- sustituye a Otegi al frente de Sortu.
Y es que los nacionalismos catalán y vasco están ya en otra fase en la que les empieza a resultar más efectivo exhibir personalidades sin ningún pedigrí nacionalista, justo al revés de lo usual hasta ahora. Independizarse de España es algo bueno por sí mismo, sin necesidad ya de invocar la pureza de un pueblo sometido. Esto es lo novedoso en el ‘procés’ catalán y lo que se vislumbra también en el caso vasco. Y era algo que se veía venir: los nacionalismos catalán y vasco, en la fase decisiva de la desconexión, tienen que contar por fuerza con una parte importante de sus seculares poblaciones inmigrantes, porque si no los números no salen. ¿Y qué han hecho los gobiernos españoles ante este fenómeno verdaderamente clave de los procesos de secesión que padecemos? Pues lo dicho, nada, esto es, actuar como lo haría un auténtico Estado independizador.
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