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Elogio del ministro

Política cultural ·

José Guirao ha sido un gestor eficiente en un Gobierno al que la cultura le ha importado muy poco

Domingo, 12 de enero 2020, 01:08

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Una cosa ha quedado clara en ese baile de origamis políticos y de reparto de carteras tras la investidura de Pedro Sánchez: la cultura no ... es un asunto prioritario, tampoco una materia cuya gestión haya sido ambicionada por las partes coaligadas y mucho menos una política pública tan de moda como la transición ecológica, el reto demográfico, la igualdad de género o la agenda 2030. Más aún, puestos a hacer sitio o a prescindir de ministros prescindibles, el primero en la lista ha sido precisamente el titular de Cultura, José Guirao, uno de los pocos profesionales y expertos en la gestión de su cartera que se sentaba en el Consejo de Ministros. Afortunadamente la necesidad numérica de asientos para contentar a los socios en el consejo de ministros va a impedir la desaparición del Ministerio de Cultura o su integración al alimón con otra materia. Guirao ha sido un buen ministro, es decir, un gestor eficiente y profesional para una cartera o una materia de contenido transferido y de jerarquía presupuestaria ciertamente inferior. Que se sepa, su mandato no ha producido nunca ni una queja de los principales agentes y sectores culturales, ni tampoco ningún conflicto político o competencial con instituciones y comunidades autónomas. Que Guirao fuera antes de ser ministro un profesional de la gestión cultural o un hombre con una trayectoria amplia en la cultura pública local, autonómica y estatal ha ayudado mucho a la hora de entender el papel de la cultura pública en la España actual, lo mismo que ha favorecido su gestión el haber desarrollado su carrera con gobiernos de distinto signo político o incluso en instituciones no siempre dependientes de las subvenciones públicas. Por supuesto, Guirao no ha sido un ministro con peso político suficiente como para imponer una mayor atención a su departamento o un mejor tratamiento presupuestario, pero sí ha dejado patente la importancia de la experiencia y la profesionalidad en las altas funciones del Estado, cosa que no parece importar demasiado ahora en un ámbito político donde se es ministro de Cultura por reparto, por un golpe de efecto o por compensar al afín o al coaligado. Y así nos va, claro.

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