Luz al final del túnel
El 'nuevo comienzo' que plantea Trump en el día después de la liberación de rehenes israelíes y del fin del asedio a Gaza debe contar con Europa y los países árabes para que prime la reconstrucción humanitaria sobre el negocio
El mundo abrió este lunes un nuevo horizonte de prudente esperanza en Oriente Medio con el arranque efectivo del plan de paz de Donald Trump ... para Gaza e Israel. La parte más tasada del acuerdo se desarrolló ayer como estaba previsto, con la ansiada liberación de los veinte rehenes israelíes que permanecían vivos en manos de Hamás, dos años después del macabro ataque perpetrado por milicias islamistas al otro lado de la Franja, y del final del cruel asedio organizado por el Gobierno de Benjamín Netanyahu sobre poblaciones palestinas como represalia. En una jornada marcada por los emocionantes reencuentros de los secuestrados con sus familias y por los triunfantes discursos de Trump y Netanyahu, la vuelta a casa de los cautivos -con la devolución pendiente de los restos mortales de quienes no sobrevivieron a la retención- y el cese de los bombardeos constituyen pasos imprescindibles en la recuperación de la humanidad perdida en la región, que incluye la excarcelación de 2.000 presos palestinos y la reanudación de la ayuda humanitaria frente a la hambruna.
Restarle méritos a esta primera fase supondría no reconocer el inmenso logro de comenzar a suturar la herida abierta en Israel por el asesinato de 1.200 personas en los atentados terroristas y, sobre todo, de detener una ofensiva militar de respuesta que ha degenerado en un genocidio al segar la vida de 68.000 personas en la Franja, la cuarta parte de ellos niños. Con todas las cautelas que exige el momento y la frustrante experiencia de otras treguas fallidas, se trata de avances innegables entre tanta hostilidad que permiten ver con algunas certezas la luz al final del túnel. Que sea el 'nuevo comienzo' para Oriente Próximo que plantea el presidente de Estados Unidos dependerá de otros factores, posiblemente más complejos e inciertos.
Del propio Trump, convertido ayer en el protagonista absoluto del acuerdo, tanto en su visita al Parlamento hebreo en Tel Aviv, donde fue agasajado, como en la cumbre de Egipto en la que participaron líderes europeos y musulmanes para validar la distensión. España está obligada a hacer valer sus históricas relaciones con israelíes y palestinos, y más tras el apretón de manos entre Pedro Sánchez y Trump en una cita que debería devolver a nuestro país a una posición influyente. La implicación diplomática de Europa y los países árabes, y su intervención en una eventual fuerza multilateral serán cruciales en el éxito de un plan de paz que se adentra ahora en terrenos más volátiles y necesitados de una urgente concreción. No sólo para organizar el repliegue del Ejército israelí y el desarme de Hamás en términos de capitulación, sino para pensar en un futuro en Palestina que se articule teniendo en cuenta la opinión de sus habitantes, abra una senda de convivencia y ofrezca garantías de seguridad para Israel.
La paz a través de la fuerza que defienden Trump y Netanyahu quizá no sea la mejor compañera de viaje para encarar un futuro en el que debería cesar la confiscación de territorios palestinos y primar la reconstrucción humanitaria de la Franja por encima de cualquier tentación de negocio, como apunta sin disimulo el presidente republicano. No es muy halagüeño en este sentido que sus dos arquitectos del acuerdo, Jared Kushner y Steve Witkoff, negocien como empresarios inmobiliarios. Por eso el día después es clave. Entre toneladas de escombros que aún sepultan más de 10.000 cadáveres, lo más importante es apuntalar la posibilidad de una paz duradera que se expanda en la región. Especialmente dirigida a los miles de niños gazatíes que han sufrido lo inimaginable durante la barbarie para evitar que crezcan bajo la sombra del fanatismo.
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