La desbandada
Decía Alexis de Tocqueville que nunca fue un hombre de siglas porque solo tenía una lealtad, defender la libertad. La cita del autor de 'La ... democracia en América' la rescató otro liberal que se precia de serlo, el exdiputado del PP José María Lassalle. El también exasesor de Mariano Rajoy explicaba así su decisión de romper el carné del partido y regresar a la universidad. «Ir del brazo del fascismo es inaceptable para un liberal», clamaba Lassalle, desencantado por el acercamiento del PP a Vox.
Aunque en la decisión de Borja Sémper han pesado, y mucho, razones familiares y personales, es inevitable no reflexionar, tras su adiós a la primera línea, sobre la fuga de talentos también en la política. Sobre la desbandada de varios de los puntales de una generación de dirigentes jóvenes y a la vez experimentados, brillantes, ilustrados y, por lo general, sin pelos en la lengua que han acabado dando un paso al lado no necesariamente como consecuencia de una derrota interna, sino más bien como corolario irreversible de un clima político que castiga eso que algunos llaman centro y otros tibieza. Que premia la lealtad ciega y banderiza y repudia la discrepancia pública. Que alienta una infernal lucha entre bloques estancos, que lo mismo pueden ser rojos y azules, que patriotas de uno y otro signo.
Me dirán, con razón, que versos sueltos han existido siempre y que los partidos son además organizaciones por fuerza sujetas a una disciplina interna, donde unas veces se gana y otras se pierde. Correcto. Y necesario además, porque los primeros que huyen de las jaulas de grillos son los sufridos votantes. Y es lógico que, ante una buena oferta de trabajo en la empresa privada, hasta el más idealista abandone la trainera si ya no tiene sitio donde remar.
Pero no es casual que, en una España cada vez más polarizada, donde el conmigo o contra mí ha pasado a ser el pan nuestro de cada día, los verdaderos liberales (los que priorizan sobre todo lo demás el ejercicio de su libertad) se vayan batiendo en retirada. Tampoco que se identifiquen a sí mismos como una suerte de comunidad o subgrupo en clave de solidaridad interna. Eduardo Madina, que perdió las primarias contra Sánchez, y Toni Roldán, que voló del nido de Ciudadanos ante la derechización de Albert Rivera, se acordaron ayer de Sémper. Y en sus mensajes se traslucía el desencanto, la identificación. Lo entiendo, amigo. La política será hoy peor, tu vida mejor.
No es, desde luego, un fenómeno nuevo. Los que acarreaban el sambenito de moderados acabaron dando el salto lejos de los sinsabores de la política profesional. En el nacionalismo ha pasado: lo hizo Josu Jon Imaz para ahorrar al PNV otra traumática escisión. Lo hizo Ignasi Guardans en CiU.
Y no es cierto, tampoco, que los perfiles templados, los que ejercen de 'pepito grillo' en sus respectivos partidos, sean una especie exótica que solo alaba la izquierda, si son de derechas, y viceversa. El 26-M, el PP vasco se desplomó hasta el peor resultado de su historia. El partido obtuvo 7.700 votos en las europeas en San Sebastián; Sémper, sin siglas y versionando a Mikel Erentxun, 10.200. Cs se desplomó hasta quedarse en sus actuales -y raquíticos- diez escaños tras la tozuda negativa de Rivera a facilitar un gobierno amplio y transversal como proponía Roldán. A lo mejor es que sigue siendo cierto que las elecciones se ganan en el centro (así lo ha hecho el actual presidente, aunque fuera de boquilla). A lo mejor es que aún hacen falta liberales de verdad.
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