La democracia salva a Trump
n ausencia de una culpabilidad incontestablemente contrastada del presidente en el 'caso ruso', los demócratas deberían pensar en un proyecto sólido para 2020
La reciente publicación de la investigación del procurador especial Robert Mueller sobre la injerencia rusa en la campaña presidencial estadounidense de 2016 no permite inculpar ... a Donald Trump ni por connivencia con una potencia extranjera ni por obstrucción a la justicia de su país. Sin embargo, la no inculpación y posible condena del jefe del Estado no ha logrado anular la sombra de tan poderosa sospecha: la colusión ruso-estadounidense contra la aspirante demócrata, Hillary Clinton.
Si para Trump el asunto está cerrado, no es tal para los demócratas. La presidenta de la Cámara de representantes, Nancy Pelosi, ya ha solicitado una audición del fiscal especial Mueller tanto en la Cámara como en el Senado. «El pueblo estadounidense tiene derecho a conocer la verdad», ha exigido la electa californiana. Y es que las 448 páginas del informe Mueller no tienen desperdicio. Muy al contrario de lo sucedido con el resumen anticipado el 24 de marzo, el ministro de Justicia, William Barr en esta ocasión no ha podido 'orientar' sus conclusiones. La memoria revela peligrosas alianzas con los rusos, culpables de haber saqueado los correos de la campaña de Hillary Clinton; describe una mezcla de relaciones turbias, de golpes sucios y de intereses particulares conflictivos: Donald Trump, convencido de que no sería elegido, continuaba dirigiendo sus empresas en pleno proceso electoral. Por más que lo disimule, el diagnóstico general exaspera al presidente norteamericano: «¡Hubiera podido despedirlos a todos, incluido Mueller!», tuiteaba, bramaba tras la difusión del expediente.
Establecidos los hechos, identificados los organismos intervinientes -Internet Research Agency (IRA) con base en San Petesburgo, GRU, servicio de información del armada rusa y WikiLeaks-, descritos los contactos suspicaces: en 2015 en torno a la construcción de una torre Trump en Moscú; en junio de 2016 en la Trump Tower de Nueva York cuando los rusos proponen a Jared Kushner, yerno de Trump, documentos comprometedores con la candidata Clinton; ese mismo verano cuando Paul Manafort, su director de campaña se entrevista con Konstantin Kilimnik, próximo de los servicios secretos rusos; tras la elección, el encuentro entre Michael Flynn, consejero de seguridad y el embajador de Rusia en Washington, todo ha sido sabiamente desmenuzado por el antiguo jefe de la policía federal (FBI) durante dos años. Deplorable comportamiento para un jefe de Estado, pero ¿los equipos de Trump han trabajado para una potencia extranjera? ¿Han violado la ley de las campañas electorales? ¿Han urdido complots con el Gobierno ruso en la convocatoria de 2016? La respuesta del procurador independiente es la misma: «No existen pruebas suficientes para acusar a cualquiera del equipo de campaña de Trump».
Desde su nombramiento en mayo de 2017, el procurador Mueller se ha convertido en la bestia negra del inquilino de la Casa Blanca. En una suerte de reconocimiento de culpas, Donald Trump exclamaba entonces: «¡Es el final de mi presidencia. Estoy jodido!» Después no ha cejado en multiplicar las presiones sobre el fiscal especial para torpedear la maquinaria judicial, interviniendo como un 'padrino'. Así lo denunciaba a justo título James Comey, el jefe del FBI, él mismo destituido por negarse a enterrar el 'affaire' ruso. El informe Mueller reconoce que testigos -posteriormente condenados- han mentido. Entre ellos, el abogado de Trump, Michael Cohen, su exdirector de campaña, Paul Manafort, y su exconsejero para la seguridad, Michael Flynn. Y lo que es peor, el informe admite que «documentos pertinentes» han sido destruidos. Todo esto lleva al procurador a no excluir que «informaciones hoy no disponibles permitan un día aclarar los sucesos descritos en la investigación». Con los medios de que ha dispuesto no ha podido ir más lejos.
En la segunda parte de la memoria, Mueller investiga si Trump ha intentado obstruir la justicia, lo que sí es un delito. Tras un estudio tan meticuloso, «si tuviésemos la convicción clara de que el presidente no ha obstaculizado la justicia, lo escribiríamos. Pero basándonos en los hechos y en las reglas del Derecho, no somos capaces de llegar a ese pensamiento», escribe el antiguo patrón del FBI. Mueller termina diciendo «si este informe no concluye que el jefe del Estado haya delinquido, tampoco lo exonera».
Bombardeos de tuits mentirosos, falacias ahogando los escándalos de sus colaboradores, nombramientos y destituciones en función de los servicios prestados, no a Estados Unidos, sino a su persona e imperio. Donald Trump ha repetido hasta la saciedad que era víctima de una caza de brujas, pero se hace muy difícil darle la razón. Si al final escapa a estas 'persecuciones' es casi a su pesar, ya que su círculo de asesores, especialmente el consejero jurídico de la Casa Blanca, Donald McGahn, ha estado frenando la ejecución de sus indicaciones. ¿Es este hombre un presidente para un país democrático?
Numerosos críticos del gobernante estadounidense esperaban -deseaban- que el informe tan requerido le impidiese volver a presentarse en 2020. Las conclusiones de Robert Mueller, «esa rata» según Trump, comportan un uso riguroso del Derecho y todas las garantías de un Estado democrático. Prudentemente, «remite al Congreso la responsabilidad de encausar el posible ejercicio corrupto del poder por parte del presidente siguiendo así el sistema constitucional de contrapoderes y el principio de que nadie está por encima de la ley».
La justicia no puede dirimir sobre cuestiones de moral. Este juicio, esta clase de valoración regresa a los electores. En ausencia de una culpabilidad incontestablemente contrastada de la galaxia Trump, los demócratas deberían pensar en un proyecto sólido para la elección de 2020 por el bien de todo el planeta.
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