Sentido
Todos queremos creer en la independencia de la Justicia, pero no es fácil
Es bueno pensar que los jueces son ecuánimes. Es bonito decirles a los niños que los jueces son imparciales e independientes. Y es estupendo creer ... que los jueces carecen de una ideología política que pueda condicionar sus apreciaciones y poseen, en cambio, un sentido de Estado ejemplar. Si todos creyéramos esas maravillas, este sería un país fantástico. Pero no siempre es fácil.
Si yo fuera juez, tendría problemas para creerme todo eso de mí mismo. Aunque eso no significa nada, ahora que me acuerdo. En cualquier caso, ser juez tiene que ser duro: lo admito. Me refiero al esfuerzo constante que tiene que suponer el hecho de autoconvencerse uno diariamente de esa ejemplaridad, de ese sentido de Estado y de esa independencia impoluta. No obstante, hace unos días, el juez Elpidio Silva ha dicho: «La madre de la corrupción está en el Poder Judicial». Son palabras durísimas, pero han pasado blandamente como un grumo de grasa por el gaznate de un laminero. Igual que la reciente resolución de la ONU por lo de Garzón: nadie parece querer saber nada.
La independencia de la Justicia (sobre todo, naturalmente, en los rangos elevados, en las altas instancias donde se cuecen los llamados aspectos de especial trascendencia pública) es una cuestión de fe y todos queremos creer en ella. Yo, el primero. Porque hay algo en el núcleo de la palabra «justicia» que apela a lo más esencial del ser humano, algo a lo que todos nos aferramos de manera instintiva desde niños. El ideal de justicia está ya en el origen de las sociedades primitivas. Y es irrenunciable. Y se considera sagrado. Pero lo de la independencia de los jueces es más difícil de tragar.
Casado, por ejemplo, sabe algo de la independencia de los jueces. Y de lo barato que les resulta a algunos incumplir la ley. De hecho, sabe un montón. Lo que pasa es que se calla. Porque el silencio es útil. Tanto como el tiempo. Llevo años preguntándome: ¿veremos a Pujol en el banquillo de los acusados? A estas alturas ya tiendo a creer que no, como es lógico. Luego empecé a preguntarme por Juan Carlos (lo que se está sabiendo es muy inquietante y lo que se está callando, más), pero tampoco creo que lo veamos sentado ahí. Últimamente, es de Rajoy de quien me lo pregunto: ¿le veremos alguna vez en el banquillo? Supongo que no. De algún modo se hace, pero al final es que no. El tiempo y el dinero saben (digamos) marear a la Justicia. El tiempo pasa, es lo suyo. Además, nadie quiere juzgar a expresidentes. Como nadie quiere juzgar a exmonarcas. Ser alguien todavía es distinto a no ser nadie, aunque hay que tener mucho sentido de Estado para entenderlo, me temo.
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