La historia de la emigración a las 'sociedades desarrolladas' es la historia de un fracaso. Las fábricas de narraciones nos cuentan historias puntuales de éxito. ... Se habla de éxito con la vista puesta en los números, en la macroeconomía. La máquina económica se activa diariamente con el trabajo de quienes ocupan el lugar de los nacionales que se niegan a aceptar condiciones inhumanas y sueldos de miseria. Y en los sótanos de la máquina, la economía sumergida alberga un mundo entero de trabajadores sin derechos y trabajadoras inexistentes, los 'ilegales' que sostienen los pies de barro de las grandes economías y de las medianas. ¿Es esto éxito?
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Las maras de Centroamérica nacieron en las calles de Los Ángeles, y se hicieron peores y más fuertes al ser deportadas en masa. Suecia está dejando de ser uno de los países más tranquilos del mundo, ahora agitado por las mafias que reclutan a sus peones en los barrios donde se asentaron los inmigrantes. Francia ha mostrado al mundo disturbios épicos protagonizados por los ejércitos juveniles de las 'banlieus'. En su trabajo 'Revueltas urbanas de jóvenes inmigrantes: Francia y España. Un análisis comparativo'. Leanid Kazyryiski escribe: «Los jóvenes inmigrantes frecuentemente solo pueden realizar los mismos trabajos que han realizado sus padres. De ahí que, con frecuencia, la única salida laboral para la población de origen inmigrante se caracterice por el hecho de quedar vinculados a trabajos precarios y poco remunerados, lo que no contribuye de ningún modo a la promoción del estatus social». Pues ¿a quién le interesa que accedan a la promoción social? ¿Quién hará los trabajos que nadie quiere hacer si la segunda generación ya no los hace?
En España, país donde el ascensor social está averiado, la juventud autóctona afectada por el paro y la precariedad laboral ¿no verá a los jóvenes inmigrantes (o hijos de inmigrantes) como competidores odiosos? Sí, lo hace. En Torre Pacheco, la agresión sufrida por un vecino ha sido el detonante de una guerra, y las brigadas populares no han salido a la caza del culpable, sino a la caza del magrebí. Pero al ir a por estos, se han encontrado con la segunda generación. La primera siempre trabaja y calla. Los jóvenes, masas en las que fructifican el fracaso escolar, la falta de oportunidades, la exposición a la violencia y a los mensajes donde se exhiben el poder y el lujo como sinónimos de éxito, se han enfrentado con los jóvenes autóctonos: la otra parte de un espejo que nadie ve, masas frente a un horizonte cerrado, en las que germinan el fracaso escolar, el culto a la violencia, el resentimiento y otros venenos. El fracaso de la inmigración es parte de un fracaso que abarca mucho más.
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