El logro
Nos infantilizamos y exigimos a las administraciones que se porten como buenas madres
Acabo de ver 'Chernobyl', la serie basada en textos de Svetlana Alexievich en torno a las circunstancias que rodearon la explosión de la central nuclear ... soviética en 1986. Es un drama interesante y me atrevo a recomendarlo porque permite desentrañar mecanismos profundos del comportamiento humano en situaciones extremas. Hay una escena en la que, dado que era preciso evacuar a la población de las zonas cercanas, un soldado intenta convencer a una anciana granjera para que suba rápidamente al autobús que la sacará de allí, pero ella prefiere no hacerlo, negándose a abandonar su casa y asumiendo su suerte. Me recordó una noticia de las inundaciones de agosto del 83 glosada por Sánchez Ferlosio en su libro 'Vendrán más años malos y nos harán más ciegos', que decía: «Pese a los requerimientos de las autoridades, un matrimonio de ancianos se negó, en Andoain, a abandonar su viejo caserío, confiados en la solidez del edificio, mientras los servicios médicos atendían a personas en quienes la histeria y el pánico habían hecho presa». Y Ferlosio comentaba: es cierto que a veces las viejas gentes se pierden por su desconfianza hacia los adelantos, pero su ventaja sobre las nuevas gentes es que habiendo carecido de tutelas exteriores han llegado a hacerse adultos, mientras las nuevas, habiéndolas tenido, jamás llegan a serlo.
Ferlosio escribió eso hace más de treinta años, pero ya vislumbraba el proceso de infantilización de los adultos que se había iniciado en Occidente. Ahora, a esas nuevas gentes, tengan ya la edad que tengan, hay que decirles que no se comporten como niños, que no hagan tonterías, que sean sensatos, que se hidraten cuando hace calor, que no cojan el coche para ir a ver la nieve en masa, que no intenten cruzar ríos cuando hay crecidas y cosas así. Que no se jueguen la vida por un poco de diversión dudosa.
No hay más que observar el tono condescendiente que se ha generalizado en los informativos de cualquier cadena para darse cuenta de que, por una parte, nos hablan y nos repiten las cosas como a niños mimados, pero, por otra, nos hemos acostumbrado a ello y en realidad nos encanta. O sea, que nos infantilizamos más o menos conscientemente y exigimos a las administraciones públicas que se comporten como buenas madres: que nos cuiden y velen por nosotros. Y los políticos han aceptado ese juego.
Es lo que hay. Y quizá no esté mal. Ahora, hasta el ciudadano más insensato se siente, ante cualquier emergencia que le afecte, con el derecho de acusar a sus gobiernos de falta de previsión. ¿No es maravilloso? Sin duda, es un logro increíble. Esperemos que dure, ¿no?
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