Olores
Su gran poder evocador está quizá por encima del de los otros sentidos
Después del 'Pútrido' de la semana pasada, por asociación olfativa. Era comentada la primera página de 'El perfume', artificiosa novela de Patrick Süskind que fue ... muy famosa en su momento. El libro comienza con un exhaustivo recorrido por todo lo que apestaba en el siglo XVIII al no saberse atajar todavía la labor corrosiva de las bacterias. Apestaban desde los establos a los palacios pasando por las cocinas y los hospitales; olían mal el más puerco campesino, el clero, las cortesanas y el rey. Hedían las bocas infectadas, los cuerpos con ocultas tumoraciones y los cabellos piojosos. Apestaba toda Francia, sus países vecinos y los vecinos de estos. La única diferencia de clases en cuanto a olor corporal era que los ricos disimulaban su falta de higiene y las miserias orgánicas rociándose perfume sobre la suciedad, lo cual tenía que dar lugar a curiosas yuxtaposiciones olfativas.
Los olores son importantes, por atrayentes o por nauseabundos. No he olvidado la peste sólida, que te golpeaba la nariz como un puño, de una letrina de campamento militar en verano; ni cómo le rugían los alerones a una chica que conocí en el Pleistoceno (aunque aquel acre perfume natural me afectaba de un modo ambivalente). El gran poder evocador de los olores, quizá por encima del de los otros sentidos (tan asociado al gusto; mi abuela materna carecía por completo de sentido del olfato y le sabía igual un manjar que un mendrugo). El aroma de un plato de la infancia y el olor del sexo del amante, que pervive en las manos, la cama o el pelo horas después del encuentro amoroso.
El olor corporal propio, el de uno mismo sin aditamentos, que al parecer impregna el hábitat cotidiano de las personas. Me dijo mi madre algo que me impresionó y me resultó triste pero al mismo tiempo hermoso: era una percepción distinta de una larga convivencia desvanecida. Me dijo que a los seis meses de ausencia de mi padre acababa de desaparecer del todo su olor de la casa, que hasta entonces había permanecido en tantas cosas: en su ropa, en el cuarto de baño, quizá también en ella misma. El olor personal, la disipación del mismo como una primera señal del proceso hacia el olvido definitivo después de la ida sin vuelta; ya que la memoria no puede reproducir olores, solo el recuerdo conceptual de su agrado o repulsa, como sucede con el dolor y el placer físico. Para mí, el recuerdo de la sonrisa y la voz amable de mi padre son con el tiempo más importantes, presentes y evocadores que aquel olor suyo de mi infancia que me gustaba tanto: el de su fuerte loción para después del afeitado, que me hacía sentir seguro, querido y en casa.
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