Escafandras
Uno se siente a veces rodeado del ruido de un mundo exterior que no comprende
En 2007, el artista Julian Schnabel dirigió una película excelente que se titula 'La escafandra y la mariposa'. Me apetece volver a verla. Cuenta la ... historia real de Jean-Dominique Bauby (Mathieu Amalric), redactor jefe de la revista 'Elle'. Sufrió un ataque cerebral que lo dejó totalmente paralizado; lo único que podía mover era el párpado izquierdo: guiñar un ojo. Su mente estaba bien. Síndrome del atrapado o del prisionero se le llama a ese estado irreversible.
Ese guiño de Bauby se convierte en sus alas de mariposa para escapar de la escafandra que lo aísla del mundo. Consigue escribir un libro al dictado; su historia. La persona que lo transcribe le recita con infinita paciencia el abecedario y Bauby guiña el ojo cuando se pronuncia la letra que quiere escribir. Así, palabra tras palabra, frase tras frase hasta terminar su autobiografía. Como la construcción de la muralla china por dos únicos albañiles.
Salvando la enorme distancia de ese terrible caso, uno se siente a veces dentro de una escafandra que más que aislarte del mundo te separa de él, como si estuvieras metido en una aturdida campana al vacío rodeada por el ruido exterior de un mundo que ya no compartes y ya no te gusta porque no lo comprendes, o sientes que ya no tiene que ver contigo, y que te repiquetea con su fragor. Pasa a partir de cierta edad. Es parecido a ese estado de flotación que se produce tras una noche de insomnio o durante una resaca etílica. Te hace actuar y pensar en diferido, un par de segundos después de lo que acontece a tu alrededor, lo que te aturde. En ocasiones, la escafandra es más radical y te obliga a funcionar con mayor ensimismamiento inconsciente, como el boxeador que ha recibido una contra que no lo ha tumbado pero lo deja grogui de pie y pelea y aguanta un rato con un automatismo ajeno a la voluntad.
Bauby, preso en su escafandra, pudo escribir un libro porque guiñaba el ojo conectado a su mente, pero sobre todo porque tuvo cerca a quien le prestó atención continuada y le ayudó a llevarlo a cabo. A demasiadas personas, cada vez más numerosas, las circunstancias económicas y sociales las han colocado dentro de una escafandra de marginación por falta de trabajo, por pobreza o por carencia de otras salidas que las de una deportación. Pueden guiñar los dos ojos, también gritar pidiendo socorro, pero no tienen a nadie que les atienda el suficiente tiempo ni actúe en consecuencia. Nadie les va a ayudar de verdad a escapar de la prisión. La escafandra será hermética y la mariposa no podrá salir volando. Se asfixiará ahí dentro, aislada por la indiferencia.
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