Somos felices
Esta es una columna especial. Lo digo porque cumplo 20 años aquí. Publiqué mi primera columna en EL CORREO en noviembre de 2001, poco después ... del atentado de las Torres Gemelas. Y no he fallado ninguna semana desde entonces. Dicho esto, solo puedo añadir que yo mismo estoy sorprendido. En ningún momento de mi vida he tenido la sensación de que mi relación con la realidad fuera la correcta. Aunque ignoro si alguien la tiene. No obstante, me gustaría decir que, en todo este tiempo, nunca se me ha censurado ni una coma. Así que gracias. Lo que más me han dicho es algo así como: 'No entiendo muy bien tus columnas, pero algunas las leo y me gustan'. O algo no muy distinto a eso, como: 'Eres muy pesimista, pero a veces me haces gracia'. Supongo que no puedo aspirar a más. Y sí, prefiero ser un poco pesimista: relaja mucho. Se moderan las expectativas y al final las cosas nunca acaban siendo tan horribles como imaginabas. Ser solo optimista debe de ser muy frustrante, supongo. Esperar que todo salga siempre bien, ¿de verdad es esa una buena táctica?
Pero de lo que yo quería hablar es de estos veinte años. Yo era otra persona. Tenía el pelo largo, tenía sueños. Ahora, naturalmente, desconfío de los sueños. Qué remedio: se me han quedado ralos, lacios y a merced de las ventoleras. ¿Algo que resaltar? La velocidad de crucero de la vida. El mundo siempre se está yendo al diablo, por una cosa o por otra. El mundo es transformación, dolor, locura. Está ahí para desasosegarnos. Ayer fue un atentado terrorista, mañana será una pandemia o lo que sea. Pero vamos tirando. Como se puede. De eso se trata, creo. Y si nos preguntan, siempre decimos que somos felices. No tenemos remedio.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión