Factor tiempo
Me gusta el tenis y, si puedo, suelo ver algunos partidos por televisión. Siempre lo he hecho. La semana pasada se disputó el Abierto de ... Estados Unidos y pasó una cosa que me llamó la atención: hubo dos jovencitas, prácticamente desconocidas hasta entonces (una de 18 años y la otra de 19), que ganaron a todas las campeonas y superfiguras, y se plantaron en la final. Una tiene la nacionalidad inglesa, pero ha nacido en Toronto y es hija de una china y un rumano. La otra, de nacionalidad canadiense, es hija de un ecuatoriano y una filipina. Ambas constituyen dos fascinantes ejemplos de la belleza de las nuevas mezclas humanas en el mundo actual. Ganó la inglesa y el alcalde de Londres, que por cierto es un musulmán de origen paquistaní llamado Sadiq Khan, felicitó rápidamente a la vencedora y declaró: «Aquí, en Londres, celebramos nuestra diversidad». Supongo que en la frase había también un mensaje implícito a cuantos votaron Brexit (muchos de los cuales, por cierto, ya se han arrepentido).
La movilidad de personas va a toda velocidad en el mundo de hoy. La mezcla es imparable. El tiempo ni se detiene ni retrocede. Ser conservador, querer que las cosas no cambien y que todo siga como antes, es un poco absurdo. Pero no solo es absurdo, también es imposible. Y además tiene que ser muy frustrante. Porque el tiempo no es conservador. Por eso los conservadores están condenados a sufrir una constante nostalgia viendo cómo el tiempo lo va dejando todo atrás. El mundo de los abuelos ya no existe. Ni siquiera el de nuestros padres. Y el que se supone que es el nuestro está cambiando a cada minuto. Pretender ignorarlo representa una funesta perspectiva.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión