Españoles de bien
Los viejos espantajos y monsergas del alma nacional están aún presentes
En este oficio de escribir columnas periodísticas, a veces pasan cosas muy curiosas. Como, por ejemplo, que tú no quieras escribir sobre un tema concreto ( ... por lo que sea), pero el tema en cuestión sí quiera que lo hagas y se empeñe en ello con todas sus fuerzas. Y es lo que me ha pasado a mí hoy. Yo no quería escribir sobre la manifestación de Colón, pero la manifestación de Colón se ha empeñado en que sí lo haga, vaya por Dios. Al final lo ha conseguido, claro. De hecho, ese es el quid de la cuestión, creo. Porque esa manifestación se convoca y se organiza fundamentalmente para eso: para que todo el mundo hable de ella durante días en todos los medios. Para que nadie se quede sin opinar algo. Y por eso precisamente yo me negaba a hacerlo. Me suelo decir: no hables de lo que hablan todos, habla de otra cosa. Pero no siempre lo consigo, me temo. Qué le vamos a hacer.
Y ahora me toca revelar cuál ha sido el motivo que me ha doblegado esta vez. Y ha sido Rosa Díez, ¿quién si no? Vamos a ver, ante todo, respeto y admiración por Rosa Díez y su trayectoria (más o menos coherente, más menos interesada, como la de todo el mundo), pero lo que en esta ocasión me ha aguijoneado ha sido algo que ha soltado como si nada y con la naturalidad que le caracteriza. Y es cuando ha utilizado la expresión «nosotros, los españoles de bien». Sin más eso. Porque ahí hay mucho, creo yo. Parece una frase muy sencilla y lo es. O sea, que se pronuncia como por descuido (lo cual es perfecto) y se digiere de un modo automático y sin ambigüedades. Pero el mensaje es sibilino y penetrante: los españoles de bien, según Rosa Díez y todos los que estaban allí, son precisamente los que estaban allí.
A mí me recuerda mucho a las películas de Berlanga. No Rosa Díez, que también (desde luego, no desentonaría en ninguna), sino todo esto del alboroto, las banderas y los españoles de bien que a sí mismos se autodenominan «españoles de bien». Además da la casualidad de que acaba de cumplirse el centenario del nacimiento del genial director de cine y estos días se están volviendo a poner algunas de sus obras por televisión. 'La vaquilla', 'Plácido', 'La escopeta nacional', 'Todos a la cárcel', etcétera. Si vuelves a ver alguna de esas películas (cosa bastante recomendable, por cierto), en seguida te das cuenta de lo vigentes que están aún los viejos espantajos y las viejas monsergas del alma nacional. Los españoles de bien frente a los que se supone que no lo son. Lo de siempre. Claro que, después de Berlanga, ya es imposible pretender no ver lo mucho de esperpento y de farsa que hay en todos estos ruidosos montajes, digo yo.
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