Señor, ¿por qué me haces sufrir de este modo?» se quejaba (en el libro de Woody Allen 'Sin plumas') un comerciante que no lograba vender ... ni una camisa mientras que la competencia se estaba forrando. Tras muchas súplicas, Dios desde el cielo le habló: «Acerca de tus camisas...». «Dime, Señor», cayó el hombre de rodillas. «Ponles un cocodrilo en el bolsillo». «Pero Señor...», balbuceó el comerciante incrédulo. «¡Haz lo que te digo -ordenó el Altísimo- y no te arrepentirás!». Es obvio que el comerciante acató y el resultado no hace falta explicarlo... En eso pensaba yo este pasado domingo mientras escuchaba cómo Woody Allen estrangulaba a su clarinete. Imagino que en algún momento Eddy Davis clamó al cielo suplicando más éxito y desde arriba una voz le aconsejó: «Mete a Woody Allen en tu banda». «Pero Señor...». «¡Haz lo que te digo y no te arrepentirás!».
Y no. No creo que Eddy Davis se arrepienta. Desde hace años Woody Allen es su 'cocodrilo', el milagro que hace posible que esa panda de amiguetes que se reunían para pasarlo en grande tocando jazz goce hoy de fama mundial. «Hacemos música de Nueva Orleans para divertirnos y cuando ustedes vienen a escucharnos estamos... sorprendidos», dijo Allen al público del palacio Euskalduna subrayando con una irónica pausa (marca de la casa) el «sorprendidos». Supongo que se refería a sí mismo, a su irregularidad como clarinetista, y no a la deliciosa pericia de sus compañeros. Y es que hasta para los más 'cafeteros', hasta para los que alguna vez tuvimos a Woody Allen en el mismo altar donde Fernando Trueba situó al gran Willy Wilder, resultaba evidente el domingo que la forma de tocar del cineasta es manifiestamente mejorable.
Admito que en algún momento consiguió que aquello sonara como un clarinete. En otros muchos, sin embargo, más que tañer un instrumento parecía estar estrujando un patito de goma. Luego presentó a la banda: el pianista, el trompetista... Él no se incluyó. Debería haberlo hecho como 'el becario'. Nos habríamos partido. A la salida, escuché muchas quejas. «¡Desafina!», bramaban algunos. Pero la ovación había sido unánime. Yo digo como aquel crítico de Lola Flores: Woody Allen ni toca ni canta. No se lo pierdan.
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