El avispero de Oriente Próximo
La situación del mundo árabe en los últimos años ha tocado fondo. Vive bajo un férreo control estadounidense, ruso, israelí, turco o iraní y para ... ejercitar dicho control cada una de estas influencias cuenta con sus propios agentes árabes. La última acción norteamericana y las declaraciones de Donald Trump se mueven en un círculo cuyo centro es una guerra abierta con Irán que si se libra lo hará en una región ya fracturada y con unas consecuencias impredecibles que sufrirá como siempre la población de la zona en conflicto. La eliminación del general Qasem Suleimani, además de una violación del derecho internacional, tiene que ver con la geopolítica en la región, aunque la razón principal se vincule al 'impeachment' del presidente y a las próximas elecciones norteamericanas.
Todo lo que Trump ha hecho desde que asumió el cargo, después de romper el acuerdo nuclear con Irán (14 de julio de 2015) en mayo de 2018, ha aproximado a EE UU a una guerra con el país persa y esta acción es un paso más de ese camino catastrófico al que se suma en Oriente Próximo el envío de tropas turcas a Libia, la situación en Siria y en el Líbano, el caos de Irak, el posible alto el fuego talibán en Afganistán y el genocio yemení. Diecinueve años después de la proclamación de la aparentemente infinita guerra contra el terror, en cuyo nombre se invadió primero Afganistán (la guerra más larga de Estados Unidos en la historia), seguida por la segunda guerra estadounidense en Irak lanzada hace 17 años, estamos en camino de otra que, antes o después, se producirá y que tendrá un vencedor indirecto, China.
Todo es parte de lo mismo y mientras tanto Israel 'trasteando' y a lo suyo, tal y como manifiestan las declaraciones, el pasado octubre, del jefe del Mosad, Yossi Cohen, hablando abiertamente de asesinar al que ya es cadáver. Y también la rápida y efusiva felicitación del primer ministro israelí a Trump por el asesinato de quien creó la estrategia de guerra asimétrica persa y dirigió con éxito la campaña para expulsar al ISIS del oeste de Irak en 2015 (olvidándose del papel fundamental de las tropas kurdas) y la que aplastó a las fuerzas yihadistas opuestas a Bashar el-Asad en Siria. Tras la derrota del ISIS, estas milicias mantuvieron un papel destacado en Irak, coincidiendo este período con el programa de asesinatos selectivos de científicos nucleares iraníes por parte de Israel. Trump ha cumplido los deseos del Mosad. Pero también es interesante señalar, por aquello de la objetividad, que la presencia de Suleimani en la región es muy anterior al surgimiento del ISIS y que se encuadra en la política expansionista iraní, de búsqueda de hegemonía chií en Oriente Próximo, frente a la agenda de hegemonía suní de Arabia Saudí. Por ello, uno de los principales objetivos del general, en el marco de esa agenda, fue reprimir con gran dureza y desde el inicio el descontento popular y la crítica contra los regímenes que integran el eje iraní en la región.
La gradual retirada estadounidense en Oriente Medio, iniciada por Obama y continuada por Trump, ha dado a Irán mayor libertad de acción y sólo Israel, y en menor medida Turquía, pueden frenarla. Tras la revolución islámica de 1979, Irán desplegó una retórica antisionista y apoyó a grupos directamente enfrentados con Israel como Hamás o Hezbolá. Los israelíes, que desde la Segunda Guerra Mundial han recibido más de 142.000 millones de dólares de ayuda estadounidense, tampoco han ocultado su hostilidad hacia la República Islámica. Siempre han considerado a Irán como una amenaza a su política exterior y no están dispuestos a consentir la existencia de una potencia que pueda poner en peligro sus intereses vitales que, como es sabido, son los de toda esa zona. Por eso llevan años intentando intervenir en Irán.
La segunda guerra de Irak fue una hecatombe que fortaleció las relaciones entre Irán y Siria, a pesar de la diferencias entre el régimen baasista y el de los ayatolás. La invasión cambió profundamente el mapa político en esa parte crucial del mundo. EE UU no solo no sacó ventajas de esa guerra sino que, en muchos sentidos, la perdió; el conflicto sirio aclaró aún más la correlación de fuerzas existente; Rusia regresa como actor principal en la zona; Turquía gana autonomía y define con mucha claridad sus intereses estratégicos que llegan al conjunto del Mediterráneo, empezando por Libia; Arabia Saudí se convierte progresivamente en una gran potencia militar e interviene en Yemen, en una guerra que no está ganando y, finalmente, Irán refuerza decisivamente su papel en los tres espacios en los que Suleimani actuó con habilidad: Irak, Líbano y Siria.
La ira sectaria recorre Oriente Próximo y otros países árabes, desde Líbano hasta Yemen, y los desafíos alcanzan también a los países del Golfo, lugar hacia el que se ha desplazado el centro de gravedad de Oriente Próximo y que configuran un barril de paradojas que los fracturará. Muy pocos países de esta zona del planeta están dispuestos a emprender reformas si tales medidas pueden significar la caída del régimen. Y recordemos también que la mayor barrera frente a la democracia aquí no ha sido el islam, sino más de un siglo de dictaduras de conveniencia e influencia occidental. Oriente Medio es una prueba de que la historia no es una línea recta y la potencia hegemónica del planeta ha considerado hasta ahora que la estabilidad política, aun a riesgo de fomentar la injusticia, debía prevalecer sobre la democratización que podría desembocar en el caos. Claro que su intervencionismo interesado ha acentuado esta vorágine que, tal y como señalábamos con anterioridad, se aceleró desde las guerras de Afganistán, Irak y Siria y otros acontecimientos bélicos como los de Líbano, Libia y Yemen. Y en esas estamos.
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