Adoctrinar
La reforma de la ley de Educación debería estar sujeta a un pacto de Estado
Los expertos en adicciones o enfermedades mentales acostumbran a decir que el primer requisito para la curación es el reconocimiento de lo que nos sucede. ... A pequeña escala, este comportamiento es tan común, que nos sorprende comprobar que existan personas que escuchen, que reconocen estar equivocadas, y dispuestas a cambiar su actitud sin pasar por la previa manipulación.
Tenemos al amigo cocinero que cree que es Bocusse y no hay quien se coma el guiso, el que lo sabe todo a pesar de que no ha leído un libro en su vida, el que cuando mira un cuadro te dice, convencido, que eso lo reproduce él en un cuarto de hora, o el que se invita a una cena, siempre que sea en la casa de otro, y añade que él está abierto a todo. Poco a poco, tacita a tacita, nos hemos ido quedando con lo inmediato, eliminando de nuestra vida esa benéfica duda que nos protegía de la estupidez, y ni tan siquiera tres meses confinados, con la sombra de la muerte como un siniestro dirigible sobre nuestras cabezas, ni siquiera eso, ha detenido la costumbre de seguir a la tribu antes que a lo que pudiera ser otra verdad. Facundo Manes, un neurocientífico argentino, que emplea su vida en mostrar los incontestables beneficios de la educación, trataba de explicar en un debate televisivo algunos comportamientos de la sociedad argentina, sumida en el desacuerdo político y en un confinamiento eterno. Explicaba cómo la sociedad ha pasado del proyecto a largo plazo, con un propósito de conocimiento personal, al corto e inmediato donde ese conocimiento como objetivo es prescindible porque se accede a él con facilidad.
La nueva ley de Educación, Lomloe, que se tramita en el Congreso en medio de tensiones partidistas y exabruptos, vuelve a someter al ciudadano al criterio político. Probablemente, la anterior necesitaba ser actualizada, sobre todo por la decisiva entrada de la tecnología en las aulas, pero llama la atención que el escollo no haya estado ahí. La población española ha tenido, si no me equivoco, ocho leyes de educación propuestas por los últimos y sucesivos gobiernos. Tanto mareo con un asunto tan esencial le hacía pensar a una que lo imprescindible era encontrar el elemento de tensión identitaria antes que lo común. La controversia vino y viene por la religión, la ciudadanía o el reconocimiento de la igualdad.
No existe consenso entre los políticos, ni siquiera en esta situación para ponerse de acuerdo sobre una ley que debería estar sujeta a un pacto de Estado. Lo que subyace en este trajín no es mejorar nuestra necesitada formación sino controlar el adoctrinamiento. Mientras el dirigible vuela sobre nuestras cabezas y colocamos los pupitres, metro en mano, sigue importando la tribu más que la verdad.
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