La revolución de las castañeras: del barro a la locomotora
Historias de tripasais ·
Aunque a veces el calor lo retrase más de lo normal, el olor a castañas asadas lleva siglos anunciando la llegada del otoño y de los primeros fríosFue la semana pasada, bajo un sol de plomo y con 30 grados de temperatura. La calle estaba llena de gente en sandalias y yo ... volvía a casa sofocada. De repente me llegó a la nariz un ligero olor a humo. ¿Acaso habría algún incendio cerca? ¿Algún maniático previsor probando el tiro de la chimenea? Al avanzar me di cuenta de que aquel tufillo, delicioso cualquier otro 29 de octubre pero totalmente incongruente con el que hemos sufrido este año, provenía de un puesto de castañas.
Compadecí a la castañera, que no sólo estaría pasando un calor de órdago dentro de la locomotora sino que había perdido al menos dos semanas de trabajo y beneficios por culpa de este otoño abrasador. Aunque no llegó a los extremos del actual, el otoño de 1968 también fue anormalmente caluroso en Euskadi. Tanto como para que el 12 de diciembre de aquel año EL CORREO sacara una noticia sobre un negocio en crisis que todo el mundo imaginaba en crisis: el de la venta de castañas.
«¿Quién se siente atraído por las castañas calentitas y crujientes, habiendo un sol de gloria?». Ésa fue la premisa con la que el reportero Irizar se acercó a la plaza del Arenal, en Bilbao, para entrevistar a una de las castañeras más veteranas de la ciudad. Lo que ella le respondió fue sorprendente: había vendido casi lo mismo que otros años. Se ve que por entonces la tradición pesaba más que los calores (habría que preguntar a los castañeros de ahora cómo les ha ido el mes pasado) y los bilbaínos habían sido fieles a su golosina callejera preferida.
Inflación castañil
De ello daba fe Asunción Cetoya, orensana de nacimiento y con décadas de experiencia al pie de su fogón ambulante. Siguiendo una tradición inveterada vendía helados en verano y castañas en invierno, concretamente de octubre a marzo y desde las 10 de la mañana hasta las 12 de la noche. Hace 54 años Asunción daba 18 hermosas castañas gallegas por un duro, 4 por una perra.
Este dato le hubiera encantado a Olmo, quien además de implicar a don Celes en varios asuntos castañeros hizo las delicias de los lectores de su columna con el IPCC o «índice de precios al consumo de castañas». Desde los años 90 Olmo tomó anualmente la costumbre de comprar 100 pesetas de castañas –luego lo haría con 1 euro–, contar las que le daban por ese dinero y sacar sus personales conclusiones en este periódico.
Gracias a sus cálculos descubrimos que la inflación castañil era una realidad: si al principio conseguía diez castañas por 100 pesetas, la cantidad fue poco a poco bajando a nueve, ocho, y luego a seis míseras castañas. Sacó la cuenta de que en 1940 aquellos veinte duros le hubieran conseguido nada menos que 2000 castañas, así que el IPCC desde entonces y hasta 1996 había subido un 200%.
Castañas al tren
El dibujante también recordaba en sus artículos a las viejas castañeras, señoras de rompe y rasga que aguantaban el frío –y a los chiquillos pedigüeños– con un estoicismo admirable. En la foto pueden ver ustedes un clásico ejemplar vasco de castañera, nombre que a finales del siglo XIX se aplicaba tanto a la vendedora como al utensilio que usaba para asar su producto.
La castañera persona solía ser una mujer de extracción humilde y curtida en la venta ambulante de (según la época del año) dulces, frutos secos o limonada. La castañera herramienta era un recipiente de barro cocido con agujeros en la base y en los lados: se colocaba sobre un brasero con carbón y se agitaba de vez en cuando, utilizando el asa, para que las castañas se tostaran de forma uniforme.
Los aparatos fueron modernizándose lentamente (sartenes o pailas agujereadas, tambores giratorios, braseros altos...) hasta la llegada de una tecnología punta: la locomotora de vapor. No sólo imitaban la apariencia externa de una locomotora, sino que utilizaban el mismo método que alimentaba los hornos del ferrocarril. El País Vasco estuvo a la cabeza de esta fabulosa invención y nuestro primer castañero 'ferroviario' fue Mariano Calleja, churrero de la Plaza de la Casilla 100 años atrás.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión