A falta de sol, chiringuitos
Pollos, hamburguesas y picoteo, pero también besugo o la mejor cocina de fusión al borde del mar para celebrar un verano que no parece tal
A cuatro escalones, a dos o tres pasos, a un cruce de carretera, detrás del murete, sobre, justo encima o prácticamente en la playa... hay muchas maneras de dejar claro que el local del que se habla es un chiringuito como está mandado, es decir, de esos que permiten seguir disfrutando del sol, la arena, la brisa del mar y las mejores vistas incluso cuando se abandona la toalla para encontrar comida, bebida, interacción humana y algo de música (si se quiere).
Los de Dando la Brasa han revolucionado la oferta de chiringuitos y la elevan a un nivel estratosférico para llevar su cocina desde Bilbao y Getxo a la misma playa de Gorliz hasta mediados de octubre. Allí, con unas vistas deslumbrantes sobre la bahía de Astondo, el resultado de las brasas y la fusión de cocinas latinas y asiáticas que ya conocemos de sobra de sus dos restaurantes tiene sí o sí que saber de otra manera, aderezada como está por la brisa del mar y, como dice Natalia, unas vistas muy bonitas desde el alto de una duna.
Del contenedor que es el corazón del chiringuito Walitxo salen platillos de picoteo como las típicas empanaditas argentinas, los totopos, las croquetitas de cecina y maíz tostado y las sincronizadas de cecina de buey, entrantes refrescantes como el ceviche y el tiradito de salmón o el jamón de buey con perlas de arbequina y maracuyá y tortitas de maíz.
Para seguir compartiendo y comiendo con las manos, están los baos y los tacos acompañados, siempre, de patatas fritas. ¿Qué tal un txoribao con chorizo criollo a la brasa y tximitxurri, que tiene mucho éxito con ese contraste entre ese pan japonés más blandito y más dulce y la pico de gallo y el chorizo? Los dos baos o los tres takitos salen por entre 12 y 16 euros. Pero en el Walitxo también se puede comer de cuchillo y tenedor, con alguna de sus especialidades al carbón como el solomillo dry age y el lomo de atún rojo. Sale por entre 20 y 25 euros por persona. Y para terminar, al atardecer de cada día de la semana (cierran a medianoche), algún cóctel. Eso sí, si no llueve; si llueve, cierran.
En la playa de Laida (Ibarrangelu) sigue abierto el Atxarre, cuya barra de pintxos está ya a rebosar a las nueve de la mañana. Allí, además de vistas inmejorables del arenal, presumen de buena materia para saciar el hambre tras una jornada a remojo o haciendo pierna por Urdaibai, y así se puede comer de raciones de calidad. Elaboran los platos con productos de la zona y de temporada. Un par de personas pueden salir bien servidas por 30 euros con, por ejemplo, una ensalada con tomates, lechuga y conservas y pulpo a la brasa.
Cruzamos la muga hasta Cantabria y nos detenemos en Isla (Arnuero), en la playa de La Arena. Los padres de Ana comenzaron ya en 1979 a dar de comer a los visitantes de un enclave natural que está a un kilómetro del pueblo y que destaca por la naturaleza, sin duda: la desembocadura de la ría de Ajo y un encinar de gran interés natural dejan sitio a tres zonas de baño (la playa principal muy familiar y con todos los servicios, una cala y, más al interior de la ría, una parte nudista).
Para recuperar fuerzas tras andar y nadar, nada más cruzar la carretera, en el bar-restaurante (y alojamiento) La Arena hay platos tan típicos de las vacaciones como la paella mixta –de mar y de pollo– y el pollo asado, todo por encargo. Una ración de algo para compartir más la paella puede salir por 15 euros por persona. Y se puede comer en el gran jardín en el que 200 comensales tienen espacio de sobra para rehidratarse y vitaminarse sin perder de vista el agua.
Nos vamos a Gipuzkoa y en el Itxas Gain (Deba) presumen de estar «sobre» la playa por excelencia de la comarca del Bajo y del Alto Deba y como tienen trasiego de paseantes todo el año, solo cierran en febrero. A sus pies, un arenal coqueto y muy cerca, una de las joyas de la costa vasca, el famoso flysch que cuenta tantas historias entre Zumaia y Deba. Para reponernos tras las visitas culturales o de ocio, aquí hay raciones –de langostinos, de champis a la plancha con salsa de ajo y de croquetas caseras– que pueden pedirse para llevar pero que suelen quedarse en la terraza o en interiores, porque el local es como un enorme mirador.
«Tenemos tortilla de patatas todo el día, a los chavales que vienen a la playa les encanta», anima Gurutze a probar alguna. «Y tienen mucho tirón las hamburguesas. El pan es del pueblo y el resto de los ingredientes intentamos que lo sean también. Carne muy rica y verduritas compradas aquí al lado». De postre también se tira de lo local, del obrador Galtxa. Dos personas pueden salir bien servidas por 24 euros.
En Getaria, Ana Jesús y su gente llevan 27 años ya haciendo delicias a la parrilla en el Balearri, un lugar que el mar ha barrido tres o cuatro veces a lo largo de su historia pero que siempre se ha levantado para seguir a lo suyo. «Vemos toda la playa, que está bajando las escaleras, y hasta el monumento a Elkano», explica. «Es ideal si los padres quieren dejar a los críos jugando en la arena y comer tranquilamente, porque los tienen a mano y siguen controlando».
En el Balearri esos mismos padres pueden pedir, por ejemplo, «pez raya, besugo, rodaballo, salmonetes o pulpo a la parrilla, aquí no lo hacemos a la gallega. Si vas al besugo te va a salir por 40 euros, pero si te pides unas sardinas con una buena ensalada de tomate del pueblo, que nos gusta trabajar con los caseríos de aquí, serán 20». Pimientos de Gernika y guindillas de Ibarra también sirven como buenos acompañantes del pescado elegido. Elena Arzak ha recomendado alguna vez la cocina de este restaurante playero, por algo será la cosa.
Para una tarde de picoteo y música, ahí está Dabadaba Beach de Ondarreta (Donostia). La casa madre es la sala de conciertos Dabadaba, así que a este chiringuito lo llaman su embajada en la playa y abre cada verano desde 2018. Desde su kiosko/bar y terraza con capacidad para 10 mesas, se entiende algo de ese marco incomparable: las faldas de Igeldo, la isla Santa Clara enfrente, el barrio del Antiguo detrás.
Aquí se pueden comer bocadillos y raciones de producto de primer nivel (antxoas, olivas, ensaladilla) y una selección de pintxos (respetando el medio ambiente: vasos, cubiertos y platos son de material 100% biodegradable y compostable, como las bolsas y papeles que envuelven los bocadillos) mientras se disfruta de música ambiente y, a menudo, de eventos como pinchadas musicales, colaboraciones artísticas y mercadillos. Por la tarde-noche, el enclave llama a pedirse un copazo (abren hasta la medianoche en fin de semana).